A partir de los años ochenta del siglo XX, “la cultura se convierte en un negocio rentable, tanto para el Estado como para particulares”. Se estableció un sistema de becas para creadores, surgieron festivales como El Cervantino y el del Centro Histórico de la Ciudad de México, los conciertos masivos en las plazas públicas. A la vez, el sector privado se organizó rápidamente y se constituyeron las disqueras, las organizadoras de espectáculos populares y las televisoras, de acuerdo con datos del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA).
En 1992 se modificó el artículo cuarto de la Constitución Política: “La nación mexicana tiene una composición pluricultural sustentada originalmente en sus pueblos indígenas que son aquellos que habitaban el territorio actual del país al iniciarse la colonización y que conservan instituciones sociales, económicas, culturales y políticas, o parte de ellas”.
Los centros culturales en México, son visitados por 20.70 por ciento de mexicanos de entre 30 y 44 años de edad.
Mientras que las bibliotecas son visitadas por niños de entre 5 y 9 años de edad (35 por ciento). Además, a los museos van adultos de entre 45 y 59 años de edad (11.20 por ciento).
La inscripción social de las personas en la sociedad, el sentirse parte de un cuerpo
social, constituye un reto que excede los límites de un sólo campo. La vida cultural,
al abarcar un amplio complejo de experiencias/relaciones, constituye un elemento
de pertenencia clave en los asuntos en común, en clave subjetiva y territorial.
De esta mirada, las “maneras de ser” se configuran en “maneras de participar” teniendo como continente a la cultura.