Decir que el mundo de hoy no sería como es si no hubiese existido la figura de Henry Kissinger no es necesariamente una exageración. El ex Secretario de Estado de Estados Unidos, fallecido la semana pasada a sus 100 años, es sin duda uno de los personajes más influyentes de la política internacional del siglo XX, y marcó parte del escenario global en el que nos encontramos.
Uno de los principales hitos que se recuerda de su carrera es el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y China en 1972. Medio siglo más tarde estos países se debaten como las dos principales potencias del planeta.
Si ponemos la mira en nuestro continente, Kissinger se relacionó con el golpe de Estado a Salvador Allende (Chile, 1973) por parte de Augusto Pinochet, y posteriormente ayudó a encubrir las sistemáticas violaciones a los Derechos Humanos perpetradas por la dictadura militar del general chileno.
También estuvo detrás de la Operación Cóndor, campaña de represión contra políticos de izquierda en Sudamérica, principalmente en Argentina, Bolivia, Chile, Uruguay y Paraguay.
Precisamente su actuación en Latinoamérica fue la que levantó más críticas a su trabajo, y la que llevó a muchos a querer que se le procesara ante tribunales internacionales, lo cual no se consiguió.
Uno de los principales objetivos de su trabajo fue velar por la estabilidad, intereses y el predominio de Estados Unidos en el mundo. Pero contrario a lo que se pueda pensar, ese interés no lo perseguía a cualquier precio.
Kissinger fue víctima de la Alemania Nazi, 13 de sus familiares fueron asesinados por el regimen de Adolf Hitler y fue testigo de la devastación que dejaron la Primera y Segunda Guerra Mundial.
Dicho recuerdo siempre estuvo en su cabeza. Es por ello que uno de los cambios que puso en marcha dentro de la política exterior estadounidense fue colocar como último recurso la intervención militar en los conflictos.
Cuando se habla de las principales potencias que habían durante la Guerra Fría (Estados Unidos y la Unión Soviética), una confrontación directa entre ambas naciones hubiese significado, casi con seguridad, la aniquilación de la sociedad como la conocemos.
El principal ideal de Kissinger, como reiteró en varias oportunidades incluída su última entrevista con The Economist en abril de este año, era evitar una guerra mundial. Hoy las superpotencias principales son China y Estados Unidos, y con excepción de las diferencias que existen sobre el tema de Taiwán, no se vislumbra un posible conflicto militar entre ambas, más allá de la guerra comercial que existe.
No obstante, en el mundo pluripolar que vivimos el aprendizaje que dejó Henry Kissinger debería ser tomado en cuenta con más detalle para evitar que siga creciendo la destrucción en cada espacio del mundo. Ucrania y Gaza son los ejemplos más recientes de cómo la persecución de los intereses terminaron en guerras que día tras día acaba con más y más vidas inocentes.