Un trampolín con dos “Charolastras” viendo las nubes. México: ¿una marca de cine en el mundo? O parte de una marca global de una industria que estrangula lo que no le pertenece. Tal vez, Iñárritu y Del Toro eran los dos jóvenes en aquel carro percudido buscando la playa “Boca del cielo”.
Para los de mi generación el cine mexicano ha sido un verdadero agasajo, quienes vimos al enmascarado de plata combatir con momias y hordas de sensuales vampiras; el viaje interminable del cine es uno de los carruseles de los que no quieres desembarcar.
México, ¿una potencia del cine latinoamericano y mundial? Decidir sobre del “buen cine” y el “no tan buen cine” se convirtió en ciencia exacta, sobran las academias y asociaciones que se encargan de calificar lo que se produce del llamado séptimo arte. La generación de directores mexicanos que ha transformado el deseo en costumbre, sí, se ha vuelto cosa normal los premios y la buena crítica a las producciones relacionadas con al menos un binomio de directores mexicanos. Incluso hemos pasado de compararnos con protagonistas de otros países y se ha creado una competencia entre lo mexicano, se vive una atmósfera en la cual pareciera existir solo una competencia entre paisanos, cada año asistimos expectantes a las butacas de los cines o cómodamente nos instalamos en los sillones de nuestros hogares ante las ofertas del streaming respecto del “cine mexicano”. Si bien es cierto, el éxito en paralelo entre las taquillas y los premios está conectado con nuevas asociaciones entre directores y productores, esta sumatoria de recursos arrojó en los últimos años infinidad de galardones asumidos como éxito de lo mexicano.
Dos marcas personales que no dejan de sorprender año con año, la marca Iñárritu y Del Toro. Dos bastiones de lo mexicano y de lo bien hecho. La ficción y el poder descriptivo de Guillermo Del Toro, y las travesías antropológicas en las historias contadas por Alejandro González Iñárritu son dos de las esperas de cada uno o dos años. La narrativa de un poeta como Silverio Gama en la última producción de Iñárritu, podría ser la ópera prima de este director, una obra en la que resultó imposible separar los rostros de Bardo y el nuestro rebotando en el espejo.