El telón
Si bien admito que bajar el telón de la obra de teatro de nuestra vida en una fecha, para subirlo en otra y reaparecer en escena con nuevo vestuario, diferente maquillaje y atractivo guión, es estimulante como base para un nuevo inicio, éste no debería presentarse cada doce meses o después de marcadores tan lejanos o significativos, sino cada veinticuatro horas y sin excusas, como las mismas puestas en escena.
El tamaño
Las metas auto-impuestas deben de ser del tamaño adecuado y directamente proporcionales a las posibilidades de obtenerlas. Requieren ser preferentemente de administración gradual a fin de que se encuentren en el ámbito de la realidad, en otras palabras: conviene dividir el todo que se quiere lograr en partes orientándose sólo a la primera. Al momento de planear una meta de logro en la euforia de una fiesta de fin de año, “el antojo se vuelve más grande que el apetito” creyendo que todo lo podemos lograr: “Aprenderé francés en un trimestre”. Como se diría en psicología, “la expectativa es más grande que la realidad donde, la frustración, puede volverse parte de la obstaculizacion del logro y eventualmente la deserción al mismo”.
La felicidad
Sí algo tengo seguro es que la felicidad nos entrega fórmulas muy simples de aplicar para alcanzarla, una de ellas es la fijación y la subsecuente obtención de metas. El logro de una meta en un tiempo previsto genera un estado de satisfacción y confianza en nuestras habilidades y fortalezas y, eso nos hace felices. La fijación constante de metas alcanzables de corto plazo, enriquecedoras y distinguibles, genera alegría y por ende euforia sin embargo, lo contrario también es cierto. Las metas imposibles de alcanzar, ya sea por tamaño, alcance, claridad de concepto y/o afinidad de estilo de vida, nos provocan justo lo opuesto, tristeza e infelicidad… amén de frustración. Ni que escribir de la ausencia de metas.