La pandemia ha sido un acelerador de cambios. Definitivamente, estamos en una etapa muy sui generis donde todo lo establecido, de pronto, se volvió flexible. El trabajo, quizás, ha sido la actividad humana que más cambios ha sufrido en los últimos meses. Por eso la pregunta: ¿en verdad aún son necesarias las oficinas?
Hay quien dice, como el arquitecto Juan Carlos Baumgartner, que las oficinas del futuro no serán para trabajar. Así como lo leyó: no serán para trabajar.
¿Entonces para qué? Para pensar, para convivir, para generar comunidad.
Si consideramos que el home office no merma la productividad laboral, nos daremos cuenta que la oficina, como tradicionalmente la conocemos, está lista para su primera fase de extinción. Sin embargo, para cualquier organización resulta esencial forjar una cultura organizacional que permee en cada uno de los trabajadores de la empresa. Y eso es algo que ninguna junta vía Zoom nos va a proporcionar.
Es por ello que ya se habla de una “nueva generación de oficinas”: lugares resilientes donde lo principal no sea trabajar, sino convivir, generar vínculos. Algo así como una oficina al estilo Silicon Valley, pero mucho más adaptable al cambio. Baumgartner (quien ha diseñado oficinas para compañías como Google o Amazon) las llama “workplayce”, aludiendo a un juego de palabras entre “jugar” y “trabajar”.
Si de por sí la oficina del check-in ya era bastante obsoleta desde antes de la pandemia, ahora lo es más. Y es que si algo nos ha enseñado la emergencia sanitaria es que los trabajadores pueden ser libres de administrar su tiempo y, al mismo tiempo, dar resultados. Una buena noticia para los más jóvenes, quienes cada vez están más convencidos de no invertir su vida en horarios de 9 a 6.
Studio 20,25, despacho de interiorismo residencial y comercial con una década de experiencia en México y algunas ciudades de Estados Unidos, ha emprendido varios proyectos de espacios de home office que de verdad invitan a una reflexión seria: ¿vale la pena invertir en una oficina?
En México, los bienes inmuebles destinados a espacios de oficina representan el segundo gasto más grande de una empresa después de la nómina. Según estimaciones de CTS EMBARQ México, el home office ahorra a las compañías hasta 740 mil pesos al año en productividad y hasta 925 mil al reducir sus rentas, consumo energético y bienes de capital. Además, la organización Citrix calcula que, durante la pandemia, las empresas han ahorrado entre 20% y 30% sus costos operativos gracias al trabajo en casa.
Para Raquel Amiga, socia fundadora de ese despacho, sí vale la pena, siempre y cuando la oficina cumpla dos requisitos: que sea resiliente y móvil (completamente adaptable a los cambios) y que propicie la creatividad y el intercambio de ideas. De nada sirve ya tener oficinas de cubículos o escritorios. Es mejor contar con espacios que permitan a los trabajadores permearse de la cultura organizacional de la compañía en que trabajen. Serán lugares en los que no te sientas vigilado ni obligado a trabajar.
Queda claro, entonces, que estamos ante una transformación sin precedentes en el mundo laboral. Y en este cambio de paradigma es probable que nuestros hijos o nietos ya no tengan la oportunidad de conocer la rutina de las ocho horas más una de comida.