Si buscamos la definición de “mensaje” encontraremos dos: “Noticia o comunicación que una persona envía a otra” (“llamé a tu casa y dejé un mensaje en el contestador”). Y, “Comunicación pública que se dirige solemnemente a muchas personas” (“el mensaje del presidente se emite cada comienzo de año por televisión”). Cuando hablamos de la segunda definición refiriéndonos a un discurso de un presidente o candidato, tenemos dos elementos: Por un lado, al creador del mensaje y por otro, al “mensajero” del mismo. En los tiempos que vivimos casi nunca son el mismo; de hecho, no se espera que el mensajero sea necesariamente creador del mensaje ya que, este último, funge solamente como portador público del comunicado. Aunque el mensajero sea un político de alto nivel.
Es de todos sabido que los mensajes -también llamados discursos- son escritos por expertos con el fin de ser leídos por figuras públicas mismas que (se supone) inspiran los conceptos que dan pie a los mismos mensajes. Al menos así debería ser. Según yo, solamente los auténticos estadistas, líderes o intelectuales de épocas pasadas (independientemente de su bondad maldad) como Pericles, Sócrates, Lincoln, Juarez, Hitler y, de épocas más recientes: Kennedy, Perón, Allende, Alan García, Fidel Castro y el mismo Che Guevara, eran capaces de cocinar intelectualmente mensajes sin ayuda externa logrando con ello inspirar masas. Estas personas llenaban el rol de “creador y mensajero” logrando una retórica simbiótica impecable capaz de mover sociedades a la gloria o al infortunio.
Hubo una época en que los objetivos de un mensaje político deberían ser:
Inspirar y convencer a otros grupos que el mensaje del orador es el correcto.
Demostrar socialmente que él o ella eran los líderes esperados con la capacidad de conducir el gobierno para cumplir con las necesidades de la nación.
Crear seguidores de su causa mediante la palabra bien pensada y la acción consecuente.
Generar el debate de temas diversos de la sociedad despertando el interés.
Desde los tiempos en que “Pericles” (no del hijo de los Adams) llegara a ser el principal estratega helénico, éste ya escribía y dirigía sus elocuentes discursos a la ciudadanía Ateniense. Su quehacer intelectual y político, permitía vislumbrar los albores de la naciente política basada en la retórica. Una política asentada en una discursiva cargada de intelectualidad y de una poderosa munición lingüística. Pericles llegó a convertirse en un gran dirigente pues fue un hombre honesto y virtuoso llegando a ser llamado “El Olímpico” por su imponente voz y por sus excepcionales dotes de orador. En la Grecia clásica así como en la Roma imperial, los atenienses y romanos con posiciones y/o aspiraciones políticas, creaban afanosamente sus propios mensajes pensando en como mover a sus seguidores. Tristemente, esto no pasa más en nuestras sociedades. Me pregunto y te pregunto:
¿Qué sucede cuando, en nuestros días y en nuestras naciones, lo anterior no sucede y los mensajeros aparentan (para nuestra desgracia) ser creadores del mensaje que emiten públicamente sin serlo?. ¿Qué efectos provoca el que sus mensajes no contengan el contenido moral de las palabras que emiten?. ¿Qué acontece cuando el nivel cultural y/o académico del emisor no es, ni por mucho, equivalente a la trama temática del mensaje escrito por un profesional?. ¿Qué hacer -me cuestiono- cuando un mensajero trastabilla y confunde términos, verbos, adverbios, nombres, pronombres, fechas, autores y denominaciones geográficas o geopolíticas?.
Aún recuerdo cuando al expresidente Fox afirmó en un evento en “Los Ángeles, CA” lo siguiente: “América Latina debe huir de la “dictadura perfecta”, como lo dijo el premio Nobel Colombiano de literatura, Mario Vargas Llosa”*. O su esposa “Marta Sahagún de Fox”, al leer en una ceremonia una cita literaria cambiándole el sexo al escritor hindú “Rabindranath Tagore” leyendo: “Voy a terminar con una frase de la escritora Rabinagrand Tagora”. Hoy las frases erradas y las omisiones son tan graves que prefiero omitirlas.
El saber popular nos dicta que debemos perdonar al mensajero pero, en estos casos, no estoy tan seguro. La integridad personal, educación, nivel cultural y valores vividos y practicados, cuentan tanto al crear un mensaje como al emitirlo públicamente. Los que se postulan para puestos públicos nos deben al menos claridad de ideas y congruencia y conocimiento de conceptos. Aquí el mensajero sí tiene la responsabilidad.
*Vargas Llosa no es colombiano, ni ha ganado el premio Noble y su frase: La Dictadura Perfecta” fue dirigida a México como país y no a Latino América en su conjunto.