Por Klaus Gérman Phinder
La sustentabilidad es un concepto que desde hace unas tres décadas ha llamado la atención a estudiosos de diferentes disciplinas científicas y humanistas, sean biólogos, sociólogos, antropólogos, geógrafos, urbanistas, arquitectos, entre otros. Ellos han intentado definir cada vez con mayor precisión su significado. Es en la década de los años setenta cuando la defensa del medio ambiente se convirtió en uno de los temas más importantes de las campañas y agendas políticas en distintos países.
Durante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano, celebrada en Estocolmo, Suecia, en 1972, se refuerza la convicción de que ya estábamos atravesando por una crisis ambiental global. A partir de esta conferencia, se reconoció que el medio ambiente es un elemento fundamental para el desarrollo humano. Con esta perspectiva se iniciaron programas y proyectos para construir nuevas vías y alternativas con el objetivo de enfrentar los problemas ambientales y al mismo tiempo, mejorar el aprovechamiento de los recursos naturales para las generaciones presentes y futuras.
Pero la sustentabilidad va más allá del medio ambiente; a finales de la década de los 80 la percepción de éste término se transformó, tomando en cuenta posiciones socio económicas, políticas, técnicas, productivas, institucionales y culturales que están relacionados con la satisfacción de las necesidades humanas. Hoy, la sustentabilidad adquiere una posición en donde los seres humanos, la cultura y la naturaleza son inseparables. El concepto clave es mantener las condiciones del medio ambiente favorables para el desarrollo de la vida humana en el ámbito global y local, donde es necesario equilibrar las necesidades, humanas y del planeta, para proteger a las generaciones futuras.
De esto podemos concluir que la sustentabilidad no sólo hace referencia a la supervivencia de los seres humanos, sino a una vida segura, sana y productiva en armonía con la naturaleza y los valores culturales y espirituales locales, lo que significa que no sólo se trata de encontrar un equilibrio entre el desarrollo humano y la vida de los ecosistemas, sino también de buscar un camino que lleve hacia la igualdad entre individuos y comunidades, naciones y generaciones. Es aquí donde la nueva empresa, la contemporánea, debe enfocar su razón de ser y pensar en el futuro de la humanidad y de la casa en donde vivimos: el planeta Tierra.
