Entre los casos de éxito más estudiados a lo largo de la historia, quizá uno de los más representativos es Starbucks. El reconocimiento no es menor si se considera que hablamos de una cadena de cafeterías que empezó con un pequeño establecimiento en el Pike Place Market de Seattle en 1971 y que a la fecha es reconocida como la segunda marca más valiosa dentro del mercado fast food en el mundo, al ser valorada en más de 43 mil 565 millones de dólares.
La admiración en el modelo de negocio que muchas pequeñas empresas sienten por este emporio cafetalero es justificado, si se considera que consiguió convertir un negocio local en una interesante red de más de 22 mil tiendas ubicadas en cerca de 60 países alrededor del mundo, lo que ubica a la firma como la sexta marca a nivel global con mayor rapidez de crecimiento.
Sin embargo, es justo esta capacidad de expansión a través de la apertura de diversos puntos de venta a lo largo y ancho del planeta, lo que podría estar gestando la caída de uno de los éxitos mercadológicos más grandes e interesantes de todos los tiempos.
El problema y la preocupación por el mismo tiene como fuente la visión de los propios directivos de la compañía, quienes reconocen que lo fabuloso que en primera instancia puede parecer la apertura de puntos de venta a ritmos cada vez más acelerados, es en realidad un hecho que demerita -cuando menos a los ojos del consumidor- el valor que la marca intenta demostrar, comunicar y transmitir.