Imaginemos un barco, un simún y una botella. Atar lo uno con lo otro con aquello, la historia de un barco zarpando de la isla de Java. Cada año que termina podría ser el barco hundido de una ficción que se reinicia los días primeros. El terror de mirar atrás para ubicarnos sobre la cubierta de un navío que al inicio del año portaba cañones a estribor y babor, un gigante de roble blanco español con las velas izadas, y verlo en picada al final de cada ciclo dándonos la oportunidad de zarpar nuevamente.
Imaginemos un baúl para guardar manuscritos encorchados en botellas, una botella por cada enero. Una historia contando sueños y propósitos, si bien es cierto, la poca o mucha calma que algunos obtienen en estos periodos de tiempo, obligan a una mínima reflexión o al menos dejan colar algunas cuestiones que tienen que ver con la intimidad, sí, con el egoísmo tímido que a veces envuelve lo que se pretende.
Imaginemos manuscritos sin firma, sin modo alguno de identificar el autor, textos del náufrago que incuestionablemente somos desde el día de nuestro nacimiento. Un tanto esta visión platónica de asumir el pretérito como un todo, va funcionando como el ancla que ciñe nuestro futuro a una realidad irrefutable, a la que pretendemos diluir con las propias promesas, o reforzamos con los sedimentos de lo andado.
Imaginemos, contradecir el estilo de Poe en la ficción, Manuscrito Hallado en Una Botella; y fingir que somos el Barco y no el tripulante de la narración. Evitar la atmósfera de terror de ser fantasma y además de serlo envejecer, caminando hacia una lóbrega inmortalidad. Sin duda, el padre del género de terror en esta y otras de sus narrativas empuja a sus lectores a doblegar el plano de lo real (verdadero) y nos permite resolver la mayoría de sus ficciones con finales acorde al deseo y capricho.
Imaginemos, que somos humanos y que la dosis de inmortalidad que de vez en vez asumimos no existiera. Contextualizar con mayor claridad nuestros propósitos año con año. ¿qué sería de nosotros sin la finitud? La distancia acortada al frente y alargada hacia atrás no hace más que acumular botellas con manuscritos en un baúl que más valdría tenerlo de modo asequible, y no esperar la suerte de que alguien tropiece con él. Quedan algunas horas para zarpar, en mi caso, sin la fortuna de hacerlo desde una Isla como la del hombre de Java en Indonesia, con la diferencia de que este 2023, la botella que llevo en la maleta será bastante más pequeña y sustancial que la elegida en 2022. Al final, solo se trata de tu marca personal, ¡qué podría salir mal!