Desde niña me cuestionaba por qué muchos carros iban con una sola persona a bordo, cuando había miles que quizás iban para el mismo rumbo de los carros. Mi pensamiento elemental (y sabio) se imaginaba gente que organizaba los carros, las rutas, con letreros y así todos los carros iban llenos, se descongestionaba el transporte público y además podíamos conocer gente nueva cada día, ser amigos y apoyarnos quizás en más cosas. Y sí, muchas de mis reflexiones sobre la sociedad iban por esa línea.
En el fondo siempre he pensado que el dinero no es de nadie, sino de quien lo necesita en el momento. Ya sé que puede sonar altruista, pero probablemente por eso me llama tanto la atención el auge de la economía colaborativa y los casos como el que les voy a contar en esta columna de hoy.
Se trata de un café en Liverpool, Reino Unido, que no vende café. Tampoco pasteles, ni cruasán. No venden mi agua. Todo lo de comer y tomar es gratis. Hay un súper buffet y el que entra puede servirse lo que sea y cuantas veces quiera. Parece ser un lugar cálido y amable para detenerse en la rutina diaria para respirar, convivir y estar tranquilos, como en casa. Lo único es que Café Ziferblat cobra el tiempo que estés dentro de él.
Allí vende ratos de bienestar, con todo lo que esto tenga que incluir: sofás, revistas, WiFi, periódicos, juegos de mesa y lo que uno quiera comer. Cada minuto en este fantástico lugar, cuyo nombre en ruso y alemán traduce Clock face, cuesta siete centavos. Eso sí, cada cual debe lavar los platos que ensucia.
No hay meseros ni nadie que esté atendiendo ni controlando nada. Momento sin presiones, nadie te pregunta nada, ni se lleva tu taza, ni te pide el lugar para los que van a entrar. Simplemente usted checa a la entrada y vive como quiera su tiempo allí dentro. Un perfecto lugar para trabajar.
Lo más interesante es que es un concepto cimentado en la confianza en el cliente: en que va a cuidar del lugar, lo va a limpiar, a respetar, etc. El cliente es libre y con seguridad eso es lo que hace que muchos opten por visitar este espacio. No se compra un producto en particular, atrás la ortodoxia, se paga por la experiencia de vida y la comodidad de estar como en su casa. La gente pasa allí un promedio de 83 minutos, casi cuatro veces más que en otros cafés.
Al parecer se basa en un concepto ruso que abrió en Moscú en 2011 y que se hace nombrar el anti-café. Nace como una nueva forma de crear relaciones entre el cliente y el negocio. Otra forma de estar cerca entre nosotros. Otra forma de pagar por un servicio mediante un genial sistema de amplitud.
Confieso que cuando me entero de este tipo de iniciativas comerciales, mi niña interna siente cierto alivio en medio de un sistema de mercados tan opresor y discriminante.