La reciente decisión de la FIFA de otorgar la sede del Mundial del 2030 a seis países causó en la opinión pública internacional una avalancha de comentarios de diversos tipos, tanto a favor como en contra de la medida.
Aquellos que apoyaban la decisión, argumentaban que al cumplirse el centenario de la primera Copa del Mundo, era indudable que Uruguay, el anfitrión de la competición inicial, tenía que estar presente en esta conmemoración para que no ocurriera lo acontecido con los Juegos Olímpicos del aniversario que le fueron otorgados a Atlanta en lugar de celebrarlos en Atenas, como naturalmente se esperaba que fueran.
Al mismo tiempo se entendía que a diferencia de lo ocurrido en 1930 cuando el futbol era distinto de lo que lo es en la actualidad, hoy Uruguay no estaba en condiciones de albergar por si solo la organización de un Mundial y que por ello, el compartirlo con sus vecinos argentinos y los cercanos paraguayos, les permitiría a los tres, repartirse los gastos al igual que los partidos y sacar adelante la organización de un torneo tan complejo como costoso.
La candidatura unificada sudamericana no era la única que estaba en liza. Enfrente había otra que, al igual que la anterior, también estaba avalada por tres naciones, pero con una peculiaridad que no se había presentado hasta ahora en la historia de las Copas del Mundo.
Una de las reglas no escritas en la asignación de dicho torneo radica en la rotación de que uno o varios países de un mismo continente eran los encargados de organizar la máxima competición futbolística del orbe. De esta manera, las justas al principio se alternaron entre América y Europa, incorporándose luego Asia y más adelante África. Por eso llamó la atención la candidatura presentada por España y Portugal, países europeos a los que se les sumó Marruecos, geográficamente perteneciente al continente africano, pero sólo separados a unos cuantos kilómetros de distancia por el estrecho de Gibraltar.
Cuando la FIFA tomó la inédita determinación de adjudicar la Copa del Mundo a los seis postulantes, la decisión pareció ser salomónica. Por un lado, se respetaba la historia y la tradición al permitir que la competición volviera a tierras charrúas y a sus vecinos, pero por el otro también se premiaba la innovación al considerar dos distintos continentes con partidos de la justa. Nunca se ha jugado un torneo de este tipo en tal cantidad de países.
Las críticas no tardaron en llegar. Si hasta el momento la única experiencia binacional que hay, -Japón y Corea en la edición del 2002- y la del 2026 que será hospedada por Estados Unidos, México y Canadá, ha producido retos logísticos importantes, jugar partidos en tres continentes con una gran distancia entre los dos bloques de tres países, lo será todavía más.
Entre otros de los argumentos esgrimidos por los detractores de la determinación de la FIFA destaca el que dicha decisión es muy anti-ecológica, en momentos en los que la agenda 2030 propone varios objetivos de desarrollo sustentable buscando una importante reducción de emisiones de carbono a la atmósfera y en donde este tipo de asignación de sedes compartidas tan alejadas geográficamente no contribuye a que estas metas puedan lograrse poniendo a la FIFA como un “villano”.
LAS COMPLICACIONES MERCADOLÓGICAS
A nivel futbolístico luce complicado tener que desplazar equipos entre Sudamérica y Europa-África para quienes sigan avanzando en la competición con el consiguiente desgaste físico, en el plano mercadológico también hay bastantes inconvenientes a la vista.
Para aquellas televisoras que adquieran los derechos de la edición 2030, el desplazamiento de quienes narran los partidos y producen las transmisiones será un elemento complicado en términos de costos.
En el caso de los patrocinadores, el co-hospedaje del certamen en seis territorios con condiciones económicas y de mercado tan dispares supondrá un gran reto. Cuatro de las sedes escogidas hablan español, pero asimismo se deberán de producir campañas en portugués y en árabe.
Por último, generar diferentes activaciones de producto que satisfagan a las audiencias locales con disímiles gustos propios, es otro de los temas que los auspiciantes deberán considerar de cara al futuro.
Quizás a más de uno la idea de tener una competición “verdaderamente” internacional pueda llegar a parecerle buena, no obstante, habrá que analizar cómo serán resueltos los problemas que seguramente pronto llegarán. Realizar un torneo de esta magnitud en dos o tres países no es una mala idea. Hacerlo en seis es una multitud.