“¿Qué une a las personas?” pregunta Tyrion Lannister (personaje protagónico de Game of Thrones) en un momento de reflexión profunda cuando, atado de manos, expresa sus ideas a un consejo de gobernantes (difíciles de convencer), sobre qué tipo de personaje (ahí presente) debe gobernarlos. Continúa el agudo asesor de reyes: “¿Serán los ejércitos, el oro o las banderas?”, suelta con voz grave y después un silencio envuelve la escena.
La pregunta realizada en esa parte del capítulo final de la mencionada serie es tan actual como lo fue en el pasado. En nuestros días, la pregunta podría articularse así: ¿Qué es lo que nos pondría a trabajar juntos, convivir y crear naciones que puedan interactuar en armonía?
La respuesta no tardó en escucharse, emitida por el último de la dinastía Lannister: son las historias las que unen sociedades y pueblos. No hay nada más poderoso que una buena historia, nadie la detiene. Se solidifica con el tiempo y se comenta de generación en generación.
Hay historias, amigo lector, que se convierten en leyendas que pasan de padres a hijos y que proporcionan una identidad al lugar en donde se producen. Ejemplos de algunas que nos han entretenido con el paso del tiempo: los hombres lobo, los vampiros y los centauros, entre muchas más.
Existen algunas más realistas, como la de Franklin D. Roosevelt, quien ordenó fuertes ataques después de que la armada naval de Estados Unidos fuera destruida en Pearl Harbor; sin duda las hazañas del conquistador Alejandro Magno produjeron una serie de leyendas y mitos que siguen siendo parte de los libros de Historia. Tenemos también las acciones de resistencia civil pacífica de Gandhi, el manuscrito de Sun Tzu sobre El arte de la guerra y las experiencias previas de Nicolás de Maquiavelo antes de escribir El Príncipe.
Lo que en la actualidad se llama storytelling, proceso que tiene su metodología para construir historias, tiene el objetivo de captar la atención y permite persuadir por igual a consumidores, ciudadanos, alumnos y compañeros de trabajo, según sea el caso, permitiéndoles conseguir, en ese mismo orden a esas categorías de personas lo siguiente: ventas, aceptación, aprendizaje y reconocimiento, todo a través de las emociones.
Los estudiosos del neuromarketing nos indican que lo que nos conecta con nuestros públicos es la vinculación emocional, razón por la cual algunas universidades contemplan ya en sus syllabus este tipo de materias.
Un buen contador de historias nos transporta por mundos de acción, trasmitiéndonos, al mismo tiempo, experiencias que nos llevan a aprender.
Revisemos la metodología para integrar una buena historia:
– Seleccionar el tema principal, mismo que debe argumentarse con fuerza.
– Elegir a los actores o protagonistas de la trama.
– Ubicar el target al cual nos dirigiremos.
– Respetar una estructura que nos dé orden en la narración (inicio, desarrollo y final).
– Debe ser una historia fácil de contar, narrada en primera persona, que refleje personalidad y resalte valores.
Un aspecto importante a considerar al momento de fabricar una historia es pensar cuánto tiempo la gente le destinará a escuchar nuestra narración; muchos piensan que no debe durar más de 30 minutos, lo que parece un tiempo razonable, sin embargo, un amigo consultor me dijo, para mí sorpresa, que un alumno universitario en promedio pone atención al profesor de su clase por espacio de 8 segundos y luego se enfoca en otra cosa.
¿Qué tenemos?
Tal vez no exista una receta mágica para elaborar una buena historia y, entonces, sea la creatividad de nosotros los comunicadores la que nos permita construir una que trascienda y represente los valores que nos unirán en el futuro.
Nos encontraremos más adelante.