Desde el año 2010, cuando se presentó el Acuerdo Nacional por la Salud Alimentaria, se prohibió la venta de comida chatarra en las escuelas, pero la medida no fue acatada. En el 2014, con la publicación de los Lineamientos Generales para el Expendio y la Distribución de Alimentos y Bebidas Preparados y Procesados en las Escuelas, se decretó nuevamente esa prohibición. Tampoco se acató. Recientemente, el 21 de octubre se dio a conocer la estrategia Vida Saludable, la cual también contiene la prohibición de marras, con la esperanza de que ahora sí los niños tengan acceso a una mejor alimentación dentro de las instituciones educativas.
Según el doctor Gonzalo Martín Peña, jefe de Endocrinología del Hospital Ruber Internacional, “se considera comida chatarra a alimentos cocinados, precocinados o elaborados, que contienen por peso del producto, mucha sal, grasas saturadas, grasa hidrogenada, azúcar, harinas o féculas e incluso sacarina”. Es decir, alimentos que contienen muchas calorías en poca cantidad de producto y que carecen de otras Según la encuesta nacional de salud y alimentación, en México hay 5.7 millones de estudiantes de entre 5 y 11 años que tienen problemas de obesidad o sobrepeso y 10.4 millones de estudiantes entre los 12 y 19 años. Esta es una problemática que no podemos ignorar.
Si bien es cierto que las medidas de salubridad e higiene que se exigen en las inspecciones de Sanidad y Veterinaria garantizan que los productos que compramos y consumimos en los establecimientos son seguros, no podemos decir lo mismo de su calidad nutricional. Muchas veces no sabemos (o no nos paramos averiguar) si los alimentos y bebidas que ingerimos son saludables o no, y tampoco nos fijamos en si los ingredientes que contiene pueden ser dañinos para nuestra salud. Esta falta de información puede resultar especialmente perjudicial cuando se trata de comida chatarra.
Cuando la comida basura se cuela en nuestra dieta diaria se contribuye al desarrollo de:
Obesidad. Los elevados índices de grasas saturadas, azúcares, harinas o fécula e hidratos de carbono, entre otros, favorecen el aumento de peso descontrolado.
Diabetes. Este tipo de alimentos contienen sustancias que pueden modificar la flora intestinal, favoreciendo el desarrollo de resistencia insulínica, la predecesora de la diabetes tipo 2.
Enfermedades cardiovasculares. La cantidad de grasas (saturadas y trans) que contienen estos alimentos producen un nivel mayor de colesterol malo en sangre y aumenta el riesgo de sufrir enfermedades coronarias.
Carencias nutricionales. La falta de determinados nutrientes esenciales puede provocar algún tipo de deficiencia o trastorno.
Depresión. Algunos estudios científicos muestran que las personas que consumen mucha comida basura presentan un riesgo mayor -de un 51 %- de desarrollar depresión, frente a aquellas personas que no se alimentan de este tipo de comida.
Además de reducir o evitar el consumo de este tipo de alimentos, el Dr. Martín Peña aconseja “leer las etiquetas y evitar los alimentos que lleven grasas y/o aceites hidrogenados, azúcares añadidos, una proporción importante de harinas refinada, sal y sacarina”. Hay que consumir sustancias ricas para nuestro organismo como la fibra, las vitaminas, los minerales o los antioxidantes.
Es un hecho que las costumbres se hacen hábitos, difíciles de erradicar. Si los niños consumen comida chatarra en la escuela, es probable que adopten ese hábito, con las previsibles consecuencias para su salud, tanto en el corto como en el mediano plazos. Esperemos que, por el bien de la niñez, en esta ocasión se respete la prohibición de la venta de comida chatarra en las escuelas.