Un pequeño roedor en la cofia de un delgaducho y despreocupado ser.
¿Cuántas veces hemos tratado de izar las velas y dejar al destino en forma de ventisca tomar las riendas de lo que hacemos y pensamos? Ese minúsculo ser con olfato de sommelier, un actor al que de vez en vez vamos extendiendo una tácita invitación para que se apropie de cada decisión; y sobre todo, ceder a él la serie de ideas que vamos resguardando en el baúl de las cosas “qué seguramente haremos, pero no sabemos cuándo”.
La disrupción, ¿un adjetivo o un verbo? para el marketing de las cosas una de las múltiples complejidades del quehacer, radica en la ejecución y trasladar al terreno de los hechos la idea, esta siempre siempre habita en un terreno movedizo en el que la idea deja de ser un acompañante y se transforma en un intangible asfixiante del que parecemos huir de manera inconsciente, esta atmósfera de agobio va empujándonos más hacia la supervivencia que a la creatividad.
Justo aquí, en este punto de inflexión, el análisis y la perspectiva de un profesional se vuelve indispensable o al menos necesaria. Retomar los hilos que conducen al propósito, a veces en un aparente retroceder al punto de partida y por qué no, recomponer el trazo y la ruta en la búsqueda del objetivo general, al que no debemos traicionar bajo cualquier circunstancia por adversa que esta sea.
Alfredo Lingüini, el personaje de la ficción en Ratatouille, se va dejando llevar en base a jalones de oreja y de cabello, pero sobre todo obedeciendo la voz afable de un pequeño cuadrúpedo bajo su cofia. El liderazgo de nuestros emprendimientos requerirá un día sí y otro también de la cordura y la humildad de reconocer el papel que juega cada miembro del equipo.
Si somos capaces de imaginar a un ratón en una cocina, por supuesto seremos capaces de imaginar casi cualquier cosa. ¿En qué momento acudir a esa voz omnisciente que todo lo ve? Aunque la verdadera pregunta es, ¿qué tan dispuestos estamos a conducirnos a través de otro? E incluso ceder a quien podría descifrar el manuscrito de nuestro propósito en la búsqueda atemporal de nuestra estrella Michelín.