Imaginen. Sólo imaginen que a partir de hoy las redes sociales dan un vuelco. La gente ya no publica sus mejores fotos sino también fotos cuando están enfermos, llorando, brotados, gordos, inflamados y con dolor de muela… Así, tal cual. Tampoco aparecen más “me siento sensacional” y “me siento feliz”, empiezan a salir a flote los miedos: “tengo miedo de no encontrar trabajo”, las angustias: “no me alcanza para pagar la renta de este mes” y las soledades: “me siento muy sola, quisiera tener a alguien que me abrace y me acompañe al cine” o “Tinder no me ha funcionado y muero por enamorarme”.
Por supuesto, atrás quedarían las fotos de bodas, playas majestuosas y bebés de porcelana, y empezarían a postearse funerales, cuartos de hospitales y sillones de psiquiatra. Todo el mundo diría lo que siente cuando las cosas no van bien, sin resquemor a ser juzgados o rechazados. Se convertiría en una competencia de quién postea con más creatividad la crudeza de la realidad y las complicaciones de la vida.
¿Cómo ven? ¿Se lo imaginan? ¿Creen que ver nuestras debilidades nos acercaría y seríamos más compasivos? ¿O por el contrario nos separaría más? Lo que sí sería impactante es descubrirnos la otra cara de la moneda: decir abiertamente que tenemos rabia, dolor, decepción, tristeza, vacíos. Como sea, sería muy interesante que al menos un día las redes le entraran a la cruda realidad.
Por cierto, no es que la parte bonita no exista, para nada, sólo que se exagera y se pone el foco única y exclusivamente en ella, en muchas ocasiones con un cierto todo de alarde y de competitividad. Toda esta reflexión imaginativa me surgió tras ver lo que le pasó a Stina Sanders, la modelo británica que se mostró sin filtros ni maquillaje en su Instagram y generó la deserción masiva de sus seguidores. Con masiva quiero decir miles de ellos.
Stina, como su predecesora en esta idea Essena O´Neill, decidió quitarse el glamour de encima y mostrarse sin retoques en su cotidianidad: depilándose el bigote, en su cita médica para una revisión de su colón irritable, con el barniz de sus uñas ya pelado. Así, como es la vida de todas las mujeres, feas, menos feas, guapas y muy guapas. Como sea, todas humanas.
De todos modos, muchos de los seguidores de Stina, que mantuvieron firme su fidelidad a pesar de los vellos, la palidez y los problemas estomacales, también la elogiaron. De ahí que me pareció sensacional imaginar que todos empezáramos a mostrarnos sin maquillajes, sin arribismos, sin ganas de quedar como los más afortunados, los más felices, los más sanos, los más guapos, los más viajeros y los más zen. No, sólo mostrarnos, con altas y bajas, unos días lindos, otros feos. Como somos, una maraña de complejidades, unos sobrevivientes del día a día.