Ya ni siquiera lo que pensamos es privado. Ahí está que se lo contamos a Facebook como robots para responder su pregunta diaria en nuestro muro.
Sin saber a qué hora, una buena parte de nuestra vida (la de una buena parte de las personas) ya está expuesta en la redes sociales. Así, sin más. Lo que pensamos, hacemos, nos gusta, nos duele, nos mortifica, por qué luchamos, qué esperamos, todo.
Eso sí con la muy poca cautela de dimensionar que las redes son como un mar. Lo que aventemos ahí, nadie sabe dónde va a parar ni para qué fin.
Me refiero al caso de algunos mexicanos y colombianos tras sus primeros partidos de Rusia 2018. Acá supongo que muchos vimos las quemas de banderas alemanas, las burlas con los vencidos y también las trampas de algunos hinchas mexicanos entrando alcohol al estadio.
Pues mis compatriotas colombianos no se quedaron atrás, aunque fuimos los vencidos en el juego con Japón. Entraron trago camuflado en binoculares y pidieron a chicas, y chicos, japonesas que repitieran a la cámara de su celular palabras desagradables e improperios en español. Esa burla que nos hace sentirnos tan superiores cuando somos tan pequeños los seres humanos.
Mientras tanto, imágenes de los asistentes japoneses al estadio recogiendo la basura que dejaron los demás. Imágenes que nos dejan perfectamente callados a todos.
Derivan cientos de pensamientos y reflexiones de todo esto. Cientos. Pero el punto al que quiero referirme acá tiene que ver con que nada de esto habría pasado si no hubiera sido por las redes sociales. Es decir, habrían entrado el alcohol y habrían quemado las banderas y habrían ofendido a los japoneses, pero no lo habría sabido nadie si no fuera porque ingenuamente lo aventaron al mar donde todos navegamos.
Así es, gracias a las redes sociales también nos estamos pudiendo ver en el espejo y nos estamos dando cuenta de nuestros tristes y destructivos comportamientos. Por supuesto, todo lo que se comparte tiene la finalidad de alimentar nuestro ego: por lo mucho que sabemos, por lo inteligentes que somos, por lo lejos que llegamos a viajar, por lo felices que nos sentimos, por lo bien rodeados que estamos, por lo fuertes y agresivos que somos, por lo superiores que somos de los demás, por lo ingeniosos al crear maneras de violar las leyes rusas que prohíben las bebidas alcohólicas a los aficionados.
Pero al final, solamente delatamos lo pobres que somos. Nosotros mismos convertimos las redes en espejos que nos reflejan, en todo sentido, que también reflejan lo pequeños y estúpidos que somos, lo poco que cuidamos del planeta, lo mucho que faltamos al respeto a los otros.
Esos personajes de los videos fueron tan ingenuos que pensaron que todos íbamos a aplaudir la quema de la bandera alemana o las burlas a los japoneses, y solamente lograron algo que vale la pena resaltar: la sanción social, las respuestas de los internautas enfurecidos, sanciones incluso de la cancillería (en el caso de Colombia) y hasta gente despedida de sus trabajos por causa de los hechos.
Muchas cosas se desataron con “tontos” videos de 10 segundos de diversión, pero lo más importante es cómo se hizo visible el fenómeno de control y sanción social, cómo se removieron fibras y reflexiones –tanto en México como en Colombia- de lo que muchos no queremos ser como nación, de que muchos estamos cansados de que en nuestros países se aplauda la trampa, al “vivo” (a lo colombiano).
Vea pues, otra utilidad invaluable de las redes: cuestionarnos a nosotros mismos, vernos más de cerca, no dejar pasar las cosas que nos indignan, ¡hablar! ¡Accionar! Da gusto cuando en las redes suceden cosas que nos enseñan y tristemente nos hacen ver los verdaderos colores de nuestro reflejo. ¡Qué sirvan para cosas útiles, más que para mostrar los ricos huevos que se hicieron para el desayuno!
Se queda uno pensativo con los japoneses recogiendo la basura de las gradas… ¿a poco no?