Sandra se presentaba a trabajar aquel lunes por la mañana después de una agitada semana de vacaciones en Cancún. Aún sentía el rigor de la piel al sonreír mientras respondía saludos de colegas en el estacionamiento. Sandra lucía una piel que, hasta ese domingo, había estado aguijoneada por el sol de siete días en uno de los lugares de playa más bellos y atractivos del mundo.
El recuerdo del mar caribe, aún vivo en las fotos del teléfono, se evidenciaba en sus ojos que, aún heridos y enrojecidos por los rayos, escudriñaban los minúsculos textos de la pantalla del mismo mientras los raudos dedos de la mano derecha se desplazan por entre el teclado de su Blackberry contestando los cientos de mensajes de amigos y familia que habían visto sus impresiones vacacionales en Facebook y le daban la bienvenida.
La pobre apenas había tenido la oportunidad de desempacar y dormir un poco ese domingo para, al fin, levantarse extra temprano aquel lunes y conducir hasta la escuela secundaria donde se desempeñaba como maestra de inglés en décimo grado.
No bien había comenzado su clase, que fuera llamada a la dirección desde el sistema de intercomunicación. Estupefacta, pálida e incrédula, había escuchado a la “Asistente a Dirección” mientras ésta le informaba (o mas bien la ejecutaba con un edicto) que había quedado suspendida de sus funciones docentes a partir de ese minuto invitándola a abandonar las instalaciones. Las reveladoras fotos de Facebook, WhatsApp y Twitter, habían sido la causa y, el consejo escolar formado por padres y staff de la escuela, el medio y, la Asistente de Dirección, la ejecutora.
En las fotos, Sandra aparecía en la barra de un bar de hotel en “Playa del Carmen” Q.R. con una cerveza en una mano y un tequila en la otra, ambos brazos levantados y una gran sonrisa como de triunfo. En otras, aparecía bailando y sonriendo con amigos y amigas de su edad. Nada era escandaloso, nada era desagradable, sin embargo, las bebidas en la mano, la poca ropa propia de lugares de playa y, la total desfachatez (según el comité) de las imágenes, habían sido vistas como intolerables para la junta de gobierno de la pequeña escuela y comunidad de pueblo: “Los niños de décimo no podían recibir ni instrucción ni ejemplo moral de una persona de esa índole” decía un escrito a pesar de que Sandra, era una mujer joven, dedicada a su carrera, excelente y querida maestra y… soltera, con plenos derechos de vivir su joven vida.
Renata se había sentido desesperada aquella noche de viernes -hacía seis meses- al verse acosada por quinta vez esa tarde por mensajes de texto de Edgar. Edgar había sido aquel simpático chico que hacía tres semanas, amablemente, la había auxiliado con la ignición del auto pidiéndole su correo electrónico, Aquella tarde en su sala, pensaba en el hecho de que ambos habían salido unas cuatro ocasiones hasta que ella, empezó a experimentar su constante asedio y decidió terminar. Renata no había sentido la atracción que, aparentemente, él había generado por ella. Finalmente se habían separado y todo parecía haber quedado ahí, sin embargo, Edgar tenía otros planes.
Días después de la separación, él se había convertido en un ser insoportable y omnipresente que la perseguía a diario con encuentros casuales, mensajes alusivos, llamadas a media noche, correos electrónicos y fotos en Instagram amen de alusiones en Facebook para los amigos en común.
Esta obsesión paranoica y compulsiva, la había llevado al hartazgo empujándola a dejar familia, amigos, ciudad, trabajo aparte de desaparecer completamente de “La Red” digital a fin de no ser encontrada. Una labor, por cierto, nada fácil de lograr. Ahora, medio año después, en aquel Starbucks; en aquella otra ciudad, su vida no había mejorado mucho. Su invisibilidad digital e inexistencia cibernética la tenían atada de manos y pies sin poder encontrar trabajo ni dirección. Sufría la problemática de no ser sujeta de crédito ni apoyo social, de no tener antecedentes laborales ni educacionales. Ahora Sandra, sin presencia en Internet, se sentía una paria sin hogar, familia ni identidad.
Y me pregunto (te pregunto), ¿Qué tanto uno debe exponerse a la red?, ¿Cuánto de ti o de tu empresa debes dar a conocer? ¿Qué tanto pierdes o ganas al abrir tu vida personal o corporativa ante el mundo? ¿Qué tanto pierdes o ganas al abrir tu identidad a la sociedad y a las corporaciones? ¿Es abrirla poco, bueno o, es malo el abrirla poco también? ¿Vale la pena tener una cuenta de Facebook, LinkedIn o Twitter? ¿Realmente te hace ganar amigos o sólo direcciones? ¿Consideras que te ha beneficiado tu presencia en los medios sociales profesionales como LinkedIn?, ¿Generas negocio o, generas ocio?, ¿Qué tanto es tantito?
No tengo “tus” respuestas y aún busco las mías. Lo que si se es que “La Red” es algo serio y digno de respeto y… mucho control.
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