Quienes trabajamos en agencias de relaciones públicas y comunicación, lugares íntimamente ligados a los medios, al periodismo y a sus actores, sabemos bien que un buen número de periodistas suelen manifestar que el panorama actual del periodismo no es precisamente el que les gustaría para ejercer su oficio de manera digna y satisfactoria.
Muchos reporteros que han decidido mudarse de los medios a las agencias de RP, comunicación e incluso publicidad y mercadotecnia, coinciden que el periodismo actual difícilmente puede ofrecer una remuneración atractiva o al menos, acorde al cúmulo de trabajo y responsabilidades que exigen dichos medios.
Y es que el oficio de periodista, salvo en algunas excepciones, nunca se ha caracterizado por ser ni medianamente bien remunerado, sobre todo cuando hablamos de la prensa escrita y hoy de los medios digitales. Los que se dedican a esa profesión sabrán que el amor al periodismo y a la verdad debe pesar más que todo.
A estas alturas es casi una obviedad mencionar que los lectores cada vez consumen menos contenido impreso y prefieren los medios digitales, lo que ha ocasionado recortes de personal, doble carga de trabajo para los reporteros (quienes tienen que entregar un número inhumano de notas muchas veces de otras fuentes distintas a las suyas) e incluso la desaparición de periódicos y revistas que anteriormente vivían épocas de gloria.
Sin embargo, las cosas parecen no cuadrar cuando recordamos que el Gobierno Federal y los gobiernos de las entidades invierten cantidades estratosféricas de dinero para promocionarse en toda clase de medios de comunicación.
Según un informe oficial entregado al Congreso la semana pasada, en 2015 el Gobierno Federal gastó 4 mil 357 millones de pesos en campañas de publicidad y comunicación social. Según el reporte, las televisoras recibieron 273 millones; de éstos, 793 fueron destinados a Televisa y 480 a TV Azteca.
Aunque una buena parte del pastel de billetes se lo llevan los medios electrónicos, otra buena porción le corresponde a los medios impresos en una relación poco saludable para el periodismo y la sociedad.
La generosidad de las autoridades para con las áreas comerciales de muchos medios de circulación nacional y del interior de la república es tal que muchos de ellos obtienen prácticamente todos sus ingresos de la publicidad oficial, aunque su tiraje y lectores sean mínimos y, por supuesto, le va mejor al que habla bien de los que pagan y viceversa.
Debido a esta realidad, salvo honrosas excepciones, muchos medios no están funcionando como vigilantes del poder ni ejercen un adecuado contrapeso, sino por el contrario, se han convertido en voceros del gobierno, difundiendo cada una de sus acciones y omitiendo sus carencias.
Ante este panorama, aquellos medios que tienen intenciones de apostar por un periodismo crítico de forma independiente se enfrentan con grandes dificultades económicas que les impiden ofrecer salarios dignos a sus reporteros e invertir en periodistas con sólida experiencia que les permitiría hacer un buen periodismo de investigación que exponga los defectos y artimañas del poder.
Aunado a todo esto, los medios ya sean independientes o apegados al gobierno se han tenido que adecuar a un modelo de negocio en donde ya no importa tanto el tiraje ni el rating, sino los clics que obtengan en sus portales, por lo que se ven en la necesidad de apostarle al periodismo escandaloso, banal y de fácil viralización, el tipo de periodismo, pues, que reina en las redes sociales y que, desafortunadamente, llega a más lectores que ninguno.