Sin temor a equivocarme, estoy segura de que ninguna persona emprende un viaje de miles de kilómetros por una ruta terrestre que atraviese buena parte del territorio mexicano de sur a norte por simple gusto. Las razones se han expuesto en innumerables ocasiones: huir de la violencia, mejores ingresos, mayor calidad de vida; en resumen, el trillado “sueño americano”.
Ahora bien, ¿cuántos de estos migrantes pensarán en un “sueño americano hecho en México”? De acuerdo con datos oficiales, muy pocos. El año pasado la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos detectó a más de 1.7 millones de indocumentados en la frontera con México, y si bien esto no es un número preciso del flujo migratorio hacia el vecino del norte, es una buena referencia.
De la misma forma, la Comisión de Ayuda a Refugiados (COMAR) reportó que durante el año pasado 131,448 personas solicitaron formalmente asilo para permanecer en México; vale la pena mencionar que de dicho grupo aproximadamente el 40% son haitianos. Es decir, tomando ambas cifras como referencia menos del 10% de los migrantes que llegan a México piensan en nuestro país como una opción definitiva para echar raíces.
Esta situación invita a la pregunta lógica, ¿por qué? ¿por qué arriesgar la vida propia, de familiares, entre ellos niños, en un trayecto lleno de peligros si México es una opción para vivir? ¿o no?
Las cifras de la ola de violencia que vive el país nos dan la primera respuesta. Dentro de las 50 ciudades con más homicidios intencionales por cada 100 mil habitantes, México tiene 18 plazas, incluidas las ocho primeras. La mayoría de los migrantes que atraviesan México son centroamericanos, y dentro de sus ciudades solo San Pedro Sula (Honduras) se encuentra en el listado, y en la posición 32.
Si al dato de homicidios le sumamos que en México hay más de 100 mil personas desaparecidas, el 97% de ellas ocurridas desde el 2006, nuestro país no se presenta como un lugar que pueda brindar tranquilidad a los migrantes.
Desde el punto de vista económico no existe punto de comparación con las oportunidades que puede representar la oferta de Estados Unidos, con todos los riesgos que implica llegar a la unión americana.
Una pareja que logre cruzar a Texas puede generar al mes 3,000 dólares (aproximadamente 60,000 pesos), en uno de los estados con el menor salario mínimo del país. Si bien el costo de la vida es mucho más alto del otro lado de la frontera, la posibilidad de poder apoyar a los familiares en sus países de origen es mucho más factible que con un salario de 750 dólares (15,000 pesos) que podría ganar la misma pareja por el mismo trabajo en nuestro suelo.
Migrar no es una decisión sencilla, ni siquiera en las mejores circunstancias. Probablemente aquellos que lo hacen desde Honduras, Guatemala, Haití o Nicaragua están conscientes de que es una apuesta en la que sus vidas está en juego. México está en su camino, pero es solo eso, un camino, porque su apuesta está más allá del Río Grande. Desafortunadamente las cartas que ofrece México hoy a los migrantes son para pasar.
