Es obvio que nadie decide antes de nacer: su origen, su cultura y sus rasgos.
En etapas tempranas nuestras creencias se refuerzan de lo que nos enseñan, de lo que vivimos en casa y en entornos exteriores.
Al crecer, los seres humanos podemos apegarnos a conservar un libre albedrío o permitir que dichas creencias sean manipuladas y sesgadas. Desafortunadamente, existen medios de comunicación e influencers que, por distintos motivos e intereses propios, llegan a ser tendenciosos e imparciales.
La fuerza de la publicidad y para muchos el agresivo concepto de “propaganda política” con antesalas de campañas de comunicación que logran la polarización de las sociedades, logra abrir foros públicos que fácilmente pueden perder el control, lo que se conoce como genuina libertad de expresión puede mutar en cuestión de segundos a un campo de batalla virtual; muchas veces estos debates pierden total respeto, perspectiva y sustento.
Solo hace falta darse un chapuzón a las conversaciones derivadas de una nota amarillista publicada por un medio, por un tweet, un post personal o institucional para comprobar cómo las voces se levantan en masas, se forman grupos, pero en esos grupos hay controversia y peleas internas también. Muchas personas intentan con coherencia dar explicaciones con la intención de calmar las aguas, muchos otros, probablemente la mayoría, desahogan sus prejuicios, miedos y frustraciones, entre muchas otras tremendas emociones.
Las redes sociales se encienden más rápido que una fogata, se convierten en rivalidad entre personas que ni siquiera se conocen, cada quien defiende posturas que adquieren de manera voluntaria o en ocasiones impuestas consciente e inconscientemente por otros.
Siempre ha existido, pero en la actualidad, en nuestra era digital los testimonios son aún más masivos, públicos y documentados.
No es la tecnología la que lastima, son los individuos que deciden hacer un uso irresponsable al ofender, confundir y obsesionarse defendiendo posturas que en su mayoría no conocen a profundidad.
En estas conversaciones digitales podemos encontrar todo tipo de tonos: sarcasmo, comedia, tragicomedia, drama, ficción, suspenso y terror.
Desafortunadamente, estas emociones se contagian y empoderan a muchos que buscan tener sus 5 minutos de fama.
Sería importante que la libre expresión cumpla con valores como el respeto y sustentos que den validez a la opinión, de lo contrario, las consecuencias en la vida real, cuestan sangre, cuestan vidas.
Las personas que utilizan y deciden que los dispositivos digitales son su escudo y se esconden detrás de un simple perfil permean desinformación y morbo.
Al igual que no tiene congruencia “gritarle” a tu hijo; “no me grites”, el que de manera auténtica quiere contribuir a dar soluciones o salvar una causa se equivoca pensando que la paz social puede lograrse a través de la lucha.