Pensar que Google creara una suerte de Paywall es —en el mejor de los casos— algo de ciencia ficción y en el peor un acto de total cinismo. Las búsquedas de Google son originadas a partir de contenido gratuito para ellos. Un artículo, video o fotografía que un tercero subió hoy genera millones de dólares para la empresa a partir de los resultados de las búsquedas relacionadas con dicha pieza de contenido. Ahora, esa búsqueda solo se podría realizar si un usuario paga la versión premium de su buscador. Lo irónico es que vende acceso a contenido que no es suyo, no pagó por construir y mucho menos paga dinero por mantener. Esto indica que el cobro en realidad proviene del hecho mismo de la búsqueda, es decir, la inteligencia artificial asociada con entregar el resultado.
Esta propuesta —que francamente— dudo que tenga futuro, demuestra un cambio radical en la forma en la que consumimos contenido. Se trata de un modelo de negocios donde el valor no es el “qué” sino el “cómo”. Los consumidores pagarían conceptualmente por obtener el mejor resultado a partir de una optimización de inteligencia artificial; entre más inteligente, más costará. Es decir, la idea de pagar por suscripciones para manejar tu coche podrían ser algo del futuro, pero habría tres precios: el conductor estándar, el de mediana capacidad y el Checo Pérez, claro, el último será el más caro.
El mundo está dispuesto a pagar por complejidad, al revisar los lanzamientos de relojes de lujo en Watches and Wonders sobresalen marcas que han buscado subir su nivel de oferta compleja como A. Lange & Söhne, relojes que arrancan en 17 mil dólares y acaban por encima del medio millón. En contraste está The Swatch Group que apuesta a la mercadotecnia y modelos más asequibles. El futuro está dividido en dos grandes terrenos, el mercado de consumo masivo y el de alta complejidad, esto también se demuestra en automóviles, teléfonos y hasta comida.
La pregunta que nos debemos hacer es cómo ubicaremos a nuestros productos y servicios en el 2025, si solo se benefician los dos extremos resulta muy complicado tener márgenes de crecimiento. Además —como comprueba el caso de Google— las empresas bien posicionadas rápidamente podrán beneficiarse de las que no tienen otra opción que sobrevivir. Estoy seguro de que a Google no le importa que los medios ganen centavos de los dólares publicitarios o de suscripción que ganarán. Esto ya sucede en YouTube, donde solo un puñado de creadores se beneficia realmente en comparación a la cantidad de creadores.
La Unión Europea recientemente pidió a empresas como Meta que entregaran una opción gratuita de sus servicios que no incluyera publicidad. Un mundo de redes sociales contrasta alternativas, una gratuita, otra con publicidad y una por suscripción. Esto es a lo que apunta Google en su propuesta. Según Reuters, el ente regulador de privacidad de la Unión Europea está en contra del modelo de pago de Meta Platforms, el cual implica que los usuarios paguen una tarifa para garantizar su privacidad en servicios como Facebook e Instagram. La controversia se centra en si las grandes plataformas pueden requerir pagos a cambio de privacidad. El mundo podría terminar como una copia barata del programa “Upload” de Amazon Prime, en el que los seres humanos suben su conciencia antes de morir a la nube, claro, la versión gratuita es un purgatorio, mientras que los que pagan la versión premium pueden tener una vida paradisíaca.
Pero, ¿qué pasa si el pago no solo es cambio de privacidad sino de tecnología? Por lo menos al comprar un reloj de lujo de A. Lange & Söhne se sabe que se pagará por algo único. Hoy se plantea pagar para simplemente existir o ser competitivo. Tal vez David Korten tenía razón en su libro “When Corporations Rule the World” escrito en 1995. Un puñado de corporaciones e instituciones financieras ostentarán una concentración cada vez mayor del poder económico y político en un ataque contra los mercados, la democracia y la vida. Es una “economía suicida”, que destruye las propias bases de su existencia.