La revolución francesa dictó el inicio de una nueva etapa de pensamiento para el mundo occidental; y por más de veinte años hemos sido testigos de la intervención de una “marca país” y su cultura en una empresa mexicana líder en su segmento a nivel mundial.
Una idea dentro de otra. Para los fanáticos del cine cualquier pretexto es un buen pretexto. Asistir con agenda al cine, anexar a uno de los tantos calendarios que nos agobian las fechas y horarios para comer palomas, nachos, o una de esas bebidas dulces con ligero aroma de café. El Tour de cine francés en los últimos años se ha convertido en una de las mejores esperas para la familia de cinéfilos en este país.
La marca Cinépolis una de las marcas mejor reconocidas en México, seas o no un cinéfilo. ¿Cómo lograr que una marca cohabite dentro de otra y sobre todo cómo distinguir al verdadero protagonista? Un gran acierto procurar esta simbiosis entre marcas grandes y otras no tan grandes. Una semana en la que el único ganador es el espectador, la publicidad previa semanas antes de la muestra va contagiando el ánimo y abrir la agenda, sí, la agenda para ocultarte en la butaca y por qué no, permitirle al paladar los “nachos extraqueso” envueltos en jalapeño que desprecias fingidamente los domingos.
El Tour de cine francés es una de mis marcas favoritas, con una intención ciertamente simple: la de dar a conocer mediante una pequeña muestra de siete películas una parte ínfima de Francia, un buen pretexto para salirte de lo habitual y escaparte dos o tres horas de tu actividad. Elegir el horario y la sala de cine, intentar agendar las siete historias de cada octubre, endulzarte el sentido del oído con una de las fonéticas romance. Por supuesto, tener la libertad de ir al cine todos los días de una semana, competir contigo mismo en silencio y ganar una vez más el reto de ver todas las películas. No es raro, encontrar las salas ocupadas por parejas ensambladas en un solo cuerpo, tal vez, esta muestra de cine forja en simultáneo la convivencia egoísta de los amantes de este arte.
Además de la dificultad natural de los horarios y disponibilidad de las salas en los complejos, la oferta en apariencia infinita del streaming en la televisión actual, hace que el apetito para los menos adictos a la pantalla grande disminuya, sin contar el hecho de que las películas se exhiban en las llamadas “salas de arte” lo que segmenta a un público que cada vez es más difícil de asombrar.
Debo reconocer que llevo el estigma de ser un “súper fanático” y confesar que tengo un plástico que lo confirma, es uno de esos pequeños tesoros en mi maltrecha cartera. Aplaudo el gran acierto de estas virtuosas asociaciones de una marca como Cinépolis y la marca de un país, una cultura que lleva siglos sorprendiendo a nuestra humanidad con esa disrupción “siempre siempre” revolucionaria e incubada en los nacidos en Galia.