Uno de los grandes maestros de la vieja política, esa que a veces se extraña, apuntaba que “De nada sirve decir ‘lo estamos haciendo lo mejor posible’, tienes que hacer lo que sea necesario para tener éxito”.

En efecto, Winston Churchill, autor de esta frase y de 100 más que forman parte de su legado político al mundo, nos tiene hoy escribiendo sobre una habilidad o instinto llamado el “Oficio Político”, acción que se resume como la vocación de servicio inspirada en mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos.

Es un valor agregado que un líder le impacta al servicio público; muchas veces se nace con él y, otras más, debe pulirse con el paso de los años y más si se optó por dedicarse a la política. Al analizar la marcha de algunos gobiernos y a sus líderes en acción, vemos cómo la falta de ese oficio los lleva a meterse en serios problemas por la irreflexión en la toma de decisiones o la falta de habilidad para resolver crisis.

La misma historia se ha encargado de enmarcar alrededor del mundo a grandes políticos que destilaban a cada paso su oficio político, hombres de la talla de Franklin D. Roosevelt, Nelson Mandela, el mismo Winston Churchill y, de épocas más recientes, citaremos a Barack Obama, Ángela Merkel, Justin Trudeau y Vladimir Putin, ejemplos todos ellos de que para lograr un acuerdo se requiere de un diálogo abierto que lleve una etiqueta de “ganar-ganar” y que presente buenos argumentos dejando de lado las emociones y las medias verdades (posverdad) para avanzar al siguiente tema sin pantanos de por medio.

El oficio político debe lograr que el ojo ciudadano reconozca a aquel líder social que se desenvuelve de manera responsable, dentro de algo que los expertos en marketing político llaman la USP (Unique Selling Proposition), que tiene como misión buscar la diferenciación.

¿De qué trata el marketing de gobierno? ¿Cómo saber si el oficio político le compite o le complementa?

Definamos al marketing de gobierno como la serie de actividades de un ente político que, una vez que ganó el proceso electoral y toma las riendas del gobierno, debe cumplir sus promesas y convertirlas en adecuadas políticas públicas en beneficio de sus gobernados.

Así tenemos entonces que las actividades que presenta son la producción de campañas de cambio que intentan proyectar el estilo y mensajes del gobierno en cuestión y que son generadas por los comunicadores institucionales y sus asesores, con el objeto de gestionar la visibilidad ante los ciudadanos y los medios de comunicación.

¿Dónde se contrapone esto con la práctica del oficio político?

Nuestra premisa, amable lector, es determinar ¿qué tan lejos pudiera llegar un gobernante en su afán de construir un alto nivel conversacional con sus ciudadanos si careciera de oficio político?

La respuesta a esta interrogante es que ambos deben complementarse. Marketing y oficio político operando juntos
cuál fórmula del agua, H2O.

Pongamos un ejemplo: Nelson Mandela estuvo 27 años en una prisión africana y cuando sale, en lugar de vengarse de sus captores, se hace presidente, perdona a sus enemigos y vence al apartheid. Oficio político y marketing.

Gana la copa mundial de Rugby y pone a su país en el mapa.

Lo anterior nos lleva al proceso de la profesionalización de la política que da soporte de hierro a cualquier país y que es tan necesaria para evitar catástrofes económicas y sociales en nuestros tiempos.

Al final de cuentas, como también decía Winston Churchill: “El precio de la grandeza es la responsabilidad”.

Nos encontraremos más adelante.