La transición gubernamental entre el gobierno saliente de Barack Obama y el entrante de Donald Trump, ha propiciado un interesante fenómeno de comunicación en el que el demócrata se retira ostentando la imagen heroica de un mandatario que, desde los inicios de su administración,pugnó por la igualdad de las minorías y la defensa de los derechos humanos de los estadounidenses y los extranjeros que llegaban a habitar el país.
Lo que vemos es la distorsión de la percepción colectiva, propiciada por la comparación de dos polos aparentemente opuestos: si hay algo malo y llega algo peor, añoramos lo que era malo y a la distancia no lo vemos tan negro.
Una de las intenciones que más subrayó el actual presidente en su carrera hacia la Casa Blanca, y que efectivamente empezó a llevar a cabo en los primeros días de su mandato,es la mano dura en contra de los migrantes sin papeles. En su polémica campaña, acaso la promesa más recurrente fue la de deportar a la abrumadora cantidad de tres millones de indocumentados que tuvieran antecedentes penales.
La intolerancia en su discurso propició que Trump se erigiera desde un inicio como un tirano para las minorías, que, paradójicamente no son pocas y representan una buena parte de la población de aquel país. Sin embargo, el fenómeno que aquí expongo tiene que ver con el comparativo que hemos establecido entre el presidente saliente y el entrante, en el que al primero se le ve como un paladín de la tolerancia, algo completamente distinto a la especie de reencarnación del mismísimo Adolfo Hitler que hoy manda desde Washington. Se trata pues de una percepción que nubla las estadísticas que evidencian una realidad incómoda para los seguidores de Obama y los demócratas en general.
Lo que las cifras indican es que Barack Obama es el presidente norteamericano que más deportaciones concretó. De acuerdo a la información del Departamento de Inmigración de Estados Unidos, durante el mandato de Obama fueron deportados 2 millones, 571 mil 860 personas, es decir, casi la misma cifra prometida por Trump.
Así, según estos datos, las deportaciones de inmigrantes que carecen de papeles se incrementaron en un 40 por ciento en la administración de Obama, con respecto a la de su antecesor, el otro no menos temido e impopular George W. Bush, quien a su vez aumentó esta situación un 132% respecto a los tiempos de Bill Clinton.
Los números son contundentes y poco se ha hablado de ellos durante el proceso electoral y de transición. La opinión pública, como en muchas ocasiones, se encuentra permeada por un análisis que raya en lo simplista, y que varias veces ha manifestado que el pueblo estadounidense estaba mucho mejor con Obama, que el mundo lo va a extrañar, que era tan bueno que merece una estatua ecuestre forjada por los inmigrantes a quienes dio una oportunidad de vivir el sueño americano.
No obstante, quienes hoy añoran la sonrisa de Obama y su carisma derivado de estar permanentemente de buen humor, haciendo chistes y bailado en el programa de Ellen Degeneres, hoy no recuerdan que, en el segundo año del mandato del primer presidente afroamericano, éste se disputaba el primer lugar entre el ranking de los peores presidentes que habían tenido Estados Unidos, de acuerdo a algunos sondeos.
Según una encuesta que levantó la Universidad de Quinnipiac, el 33% de los encuestados aseguraba que Obama era el peor presidente de aquél país, desde la Segunda Guerra Mundial, pues se mostraban insatisfechos por su manejo económico y en temas diplomáticos. Incluso, los inmigrantes que ahora quisieran que Barack regresara tampoco recuerdan que, en cuestión migratoria, dejó una deuda muy grande, pues nunca logró concretar una reforma migratoria satisfactoria que realmente los beneficiara.
Sirva este ejemplo para sumarse a los demás que demuestran con creces que, en política, mercadotecnia y en cualquier sector al que nos refiramos, la percepción pesa más que la realidad, y esta vez, Barack Obama resultó un ganador al respecto.