¿Cuál es la infusión que preparamos cada mañana, cada inicio de mes, o de año? De qué cordel sujetamos el proyecto de la organización, un maestro, una o varias teorías, incluso la imitación son herramientas para la construcción de estrategias, sin embargo, las historias que más disfrutamos son las que cuentan sobre disrupciones, aquellas que “deseslabonan” paradigmas. A veces, el mito ofrece una oportunidad en el papel para transformarse y sentirse libre de las ataduras racionales por lapsos, dando una oportunidad para actuar a su media hermana, “la razón”.
Racionalidad, parte de lo que entendemos como “la razón de las cosas” pende de un hilo sostenido por la “racionalidad griega”. El profesor Héctor Zagal, en su Antología de historia de la cultura, va y dice: “Sin las leyes, el hombre queda reducido a su mera animalidad”.
En este sentido, qué podríamos identificar como “las leyes o el orden” que debemos seguir en el manejo de nuestros activos intangibles, cuál es la receta, y sobre todo conocer bajo qué principios generales pretendemos alinear estos activos con el propósito de una organización. No es extraño leer encabezados y publicidad en la que se asume mediante un toque mágico los modos de recomponer la estructura bajo la cual algunas empresas deciden encaminarse a una u otra estrategia.
El profesor H. Zagal en una especie de prólogo para el diálogo del Critón, explica de manera sintética el orden de la racionalidad griega, y el “énfasis puesto en la legalidad”.
Critón. –En verdad, Sócrates, desde que te conozco he estado encantado de tu carácter, pero jamás tanto como en la presente desgracia, que soportas con tanta dulzura y tranquilidad.
Sócrates. — Sería cosa poco racional, Critón, que un hombre, a mi edad, temiese la muerte.
Los activos intangibles de nuestra organización en un sentido figurado ¿podrían ser los guardianes de nuestro sueño? Ante el aparente adormecimiento sufrido por hastío y/o cansancio causado inconscientemente por lo monótono. Tal vez, la infusión de cicuta de nuestras organizaciones radica precisamente en la monotonía de un pensamiento que tiene casi todo resuelto en “a priori”.