Una de las mayores críticas que suelen hacerse al mundo de la moda es a su vertiente conocida como fast fashion, término traducido literalmente como “moda rápida”, principalmente por su carácter fugaz y desechable, con prendas de mala calidad y que, más que inspiradas en sus diseñadores, parecen malas copias.
Los auténticos diseñadores invierten muchos recursos para prepararse, capacitarse y lograr obras originales de gran valor, lo que quien se limita a imitarlas se “ahorra” para ofrecer, supuestamente, un producto más barato. De ello lo que se obtiene es una cultura de consumismo acelerado y masivo que resulta muy onerosa debido a la necesidad de compra de prendas cuya vida útil es muy breve.
Entre los datos al respecto están que en los últimos 15 años la vida útil de la ropa ha disminuido en 36%, y actualmente se fabrican 100 mil millones de prendas. Para producir un kilo de algodón se requieren 10 mil litros de agua, lo que hace que la textil sea la segunda industria que más usa, además de que produce el 20% de aguas residuales del planeta. También genera 2% de las emisiones de CO2 del planeta, pero se proyecta que, de seguir la tendencia actual, para el 2050 sea responsable del 26%. Además, mucha de esa producción se hace explotando casi sin restricciones a los trabajadores. Debido a lo anterior, expertos de la ONU consideran a la fast fashion como una emergencia medioambiental.
Pero en los años recientes hay cada vez más clientes que han asumido reclamos desde ambientalistas hasta laborales y éticos, para exigir prendas que contengan valores como la autenticidad, el compromiso con los derechos y la preservación ambiental. Es un entendimiento moderno de la sustentabilidad, que ya no sólo incluye el aspecto ecológico sino también económico y social. Esto ya no es una moda, sino una exigencia de las nuevas generaciones.
Así, los valores de sustentabilidad que expresan las empresas adquieren más relevancia. Debido a esto hay marcas de lujo que se han estado reinventando mediante la búsqueda de insumos y de diferentes procesos de producción.
De esos esfuerzos debemos destacar su atención al medio ambiente, la protección a los animales, respeto a los derechos de trabajadores y el apoyo a comunidades. Muchos consumidores actuales prefieren pagar prendas más caras porque los beneficios sociales y ecológicos que se ofrecen sean mayores, además de que el proceso de producción y reciclaje es más costoso. Por esto es que la moda sustentable es considerada el nuevo lujo.
También es buena señal la aparición de otras alternativas de moda, como las que proponen diseñadores jóvenes que toman en consideración criterios de producción justa, ética y racional. Estamos ya en un proceso de transición hacia la slow fashion.
Así es de destacar que esa tendencia llegue a Ciudad de México con la apertura, la semana pasada, de The Bobby Boga, boutique que muestra creaciones de diseñadores jóvenes europeos, especialmente italianos. Tatiana Ramírez de Mezher, su fundadora, ha manifestado su orgullo por “integrar a México en el circuito internacional de moda ética y sostenible al traer al país la propuesta más vanguardista que la moda ofrece hoy en día”.
Por su parte, la crítica y promotora de moda Anna Fusoni considera que “la de México es una ciudad cosmopolita que debe impulsar a sus diseñadores para que lleguen a otras capitales y recibir con los brazos abiertos a quienes llegan aquí representando lo más destacado de la moda en otras latitudes”.
Muchas de las marcas presentes en The Bobby Boga tienen sentido social. Ramírez de Mezher explica: “Quiero que las colecciones tengan una identidad. Por ejemplo, Defend París es una marca francesa que inició por un movimiento de jóvenes hartos de la violencia y que busca crear una conciencia de inclusión entre razas y religiones. También tenemos a Glimmed, marca italiana que dedica una parte de lo que vende a la investigación del cáncer de mama”.
Otro buen ejemplo es la sueca Deadwood, de la que la empresaria dice que “recicla cuero, recoge botellas de pet, las transforma en poliéster y hace chamarras. Además, maquila en India, donde contrata comunidades enteras y les paga salarios por arriba del mercado”. Y considera que sus prendas son un lujo “porque se trata de un proceso de producción de materiales reciclados que ocupa mucho trabajo”.
Este último señalamiento es importante porque en México estamos por aprender que la moda sustentable es un nuevo lujo en el que se debe invertir. Y también debemos tomar conciencia de que pagar menos —supuestamente— por “curar” productos basura, es más caro que crear uno nuevo.
Es de celebrar que en México también aparezcan espacios dedicados a la moda en los que, además de ofrecer una experiencia distinta de compra, se valoren la protección al medio ambiente, los beneficios sociales y el intercambio cultural.