Carlos Andrés Mendiola
@carlosamendiola
47 años tardó en construirse… una exhibición en derrumbarse.
“Megalópolis” es el proyecto de pasión de Francis Ford Coppola. El director norteamericano tiene en su haber la trilogía de “El Padrino”, considerada una de las más grandes en la historia del cine. No es su único acierto ni su único legado al séptimo arte. Su filmografía incluye también “Drácula de Bram Stocker” y “El corazón de las tinieblas”.
Tiene 55 nominaciones al Oscar y 14 victorias que incluyen las categorías de Mejor Película, Mejor Director y Mejor Guion (adaptado u original). Francis Ford Coppola es una leyenda del cine y eso no está en cuestión.
“Megalópolis” es su primer filme en 13 años luego de “Twixt”, una cinta de terror que ha quedado en el olvido.
La intención de “Megalópolis” está en construir paralelos entre la República Romana y el futuro de Estados Unidos. Es la historia de César Catilina (Adam Driver), un arquitecto reconocido con el premio Nobel tras crear un nuevo material, el megalón. Catilina tiene una visión modernista de la ciudad (Nueva Roma) y quiere llevarla “al futuro”.
Sus deseos contrastan con los del alcalde que prefiere algo más práctico. En medio queda Julia, hija del alcalde e interés romántico de Catilina.
Como una fábula se presenta “Megalópolis”, es decir, está en su intención advertir de los riesgos de todo “gran imperio”. En su grandeza está también su destino, la inminente caída.
Su moraleja no podría ser más oportuna dado los tiempos electorales y la polarización social, no sólo en Estados Unidos sino en el mundo. Las visiones parecen no encontrar un punto medio.
Lo épico y ambicioso se aprecia en “Megalópolis” desde el primer momento. Tiene un gran diseño de producción, la fotografía es también hermosa y hay escenas, incluso secuencias que son clases de estética, composición y lenguaje audiovisual.
Ése no es el pie del que cojea el filme, ni siquiera las actuaciones que van de lo entregado a lo caricaturesco y que tampoco son culta del elenco. El problema está en la ironía.
“Megalópolis” es un filme sobre el tiempo, la ambición y la permanencia, entre otros tantos temas, otro de su problema. “Megalópolis” es demasiado y demasiado en el uso correcto del término: excesivo. Sí, lo que quiere poner sobre la mesa, a dónde quiere apuntar es también lo que le pasa a “Megalópolis”.
Vaya, el paralelo del discurso de “Megalópolis” está en el filme. No está o, mejor dicho, no consigue estar ni expresar y mucho menos conectar con la actualidad. Para ser un filme del “futuro” o una prevención de él, está demasiado en el pasado.
Eso es latente en el uso de un narrador innecesario, de pantallas con texto a la usanza del cine en blanco y negro, en los roles femeninos destinados al acompañamiento, la decoración, lo romántico o lo sexual.
El presupuesto de “Megalópolis” oscila entre los 120 y los 136 millones de dólares. Todos del bolsillo de Coppola. Ningún estudio quiso apostar por la cinta. Parte del tiempo que tomó que llegara a la pantalla grande está en ello y en que el director terminó por requerir tiempo para recaudar el dinero.
A pesar del prestigio de Coppola y de un elenco que incluye a figuras de renombre, aunque quizás no a estrellas, la distribución también fue un reto. En su debut hace pocos días hizo, en su primer fin de semana, sólo 12.5 millones de dólares. Es un fracaso de iguales o mayores dimensiones que otros del año como “Joker: Folie à Deux” y “Borderlands”.
En “Megalópolis” hay una mejor película de la que llegó a la pantalla grande. ¿Es una obra incomprendida? Quizás… pero no del todo.
Es una obra de contraste, dispareja y fallida. Es la ironía de la ironía que una obra sobre el tiempo no lo haya utilizado a su favor; que una obra con un arquitecto como protagonista, no haya planeado mejor, que no se haya adaptado mejor y no haya evolucionado en casi medio siglo para que su voz sea actual y no un grito ininteligible.
Para suerte de Coppola, “Megalópolis” quedará en una anécdota desafortunada, en un capricho que no se logró y en un futuro que “no construyó”.