Aparentar acerca de lo pretendido, esta búsqueda de asemejarse al ideal, a lo bien hecho, podría ser la única razón de emprender o transformar un proyecto. En la máxima 54 de Epicuro descrita por el profesor Emilio Lledó en el texto Memoria de la Ética; “Es necesario no fingir que filosofamos, sino filosofar realmente: No necesitamos, en efecto, aparentar que estamos sanos, sino estarlo de verdad”.
Supongamos que nuestra marca es el fiel reflejo de lo que somos, ¿qué podría salir mal entonces? Un diálogo de una sola vía con el mercado, un diálogo que en la práctica se convierte en un discurso. En algunas ocasiones al momento de valuar una marca nos vamos tropezando con marcas que en efecto reflejan fielmente el carácter del dueño de la organización, y damos cuenta de una especie de genoma inoculado en la identidad de la marca. En algunos foros le llaman “hombre marca”, casos como este pudieran ser la mayoría de los casos de valuación de marca en los que hemos participado.
Supongamos que nuestra marca es el producto del trabajo de un experimentado coach, en estos casos se podría asumir un desprendimiento entre el gen de quien ideó el proyecto, lo observado en la práctica valuatoria se va descifrando como en el primer caso, una influencia probablemente involuntaria de quienes la poseen, sobre de la identidad.
Supongamos que nuestra marca es el resultado de una adquisición; una ruptura natural entre el propietario de la marca, y la marca misma, algo que en apariencia otorga libertad al experto en el diseño de la estrategia, sin embargo, en estos casos observamos cómo se antepone el valor que aporta la marca a los ingresos como factor preponderante y de algún modo tenemos un caso de marca sin alma, por lo que esta se desidentifica del propietario.
En este mismo texto del profesor Emilio Lledó se dice: “No es fácil determinar qué quiere decir la oposición entre un pensar ficticio y un pensamiento verdadero”, en el caso de nuestras marcas, y su excesiva tropicalización ante un mercado que nos es desleal a cada instante en el sentido de lo que se supone de él.
Valdría la pena redescubrir lo que sucede en nuestros entornos respecto de activos como el de la marca, qué tan a contracorriente esta deambula dentro y fuera de la organización, o si acaso esta fluye en el conformismo de pisar encima de la propia huella, una de las tareas de los hacedores y creadores de marca seguramente habita en un básico pero complejo ejercicio de empatía, descubrir desde la perspectiva del mercado el ¿cómo nos ven? Y disminuir el propio afán de cómo nos vemos a nosotros mismos, a través del intangible más valioso de las organizaciones.