La marca de nuestra ciudad influye sobre el individuo, o el individuo social influye en la marca del espacio en el cual habita, el barrio vendría siendo un entramado neuronal. Imaginemos conectar en una terminal en la tienda de la esquina, y de poco en poco irse apropiando de pequeños pedazos de todas las cosas. Este diálogo permanente entre lo natural y el hombre (social) generan lo que llamamos urbanidad.
En el ensayo “Ser conservador” de Michael Oakeshott se menciona sobre la “prudencia racional” un planteamiento en el que el autor, asume al hombre como un ser que tiende más a la pereza que a lo activo, en uno de los pasajes del ensayo se narra sobre cuando los Masái fueron desplazados de su territorio y migraron a otras tierras en Kenia, estos se llevaron consigo los nombres de las colinas, las llanuras y los ríos y se los pusieron a las colinas y ríos de su nueva tierra.
El miedo a transformarse en algo irreconocible para nosotros mismos o enfrentarse a la extinción siempre siempre, tendrá un ejercicio en menor o mayor medida basado en tratar de conservar. Inevitablemente la identidad construye gran parte de nuestra intangibilidad, solo que, al ser de esta característica no es un artículo que podamos cargar en la bolsa de equipaje cuando abandonamos un espacio de convivencia sea cual sea el objeto de hacerlo.
Nuestra marca tal vez es tan solo un trozo de otra gran marca. El ejemplo sobre del arraigo a nuestro hábitat funciona como el mejor ejercicio para comprenderse, en definitiva somos parte de la identidad de nuestra ciudad, de nuestro barrio, nuestra escuela y de nuestra familia, el reto de conservar y trascender por ese reducto podría ser a la vez un anclaje con el conformismo, aunque no por esto resultaría menos apto. Preferir cierta clase de conductas el deleite con lo presente y lo disponible, elegir lo cercano a lo lejano, esta concordancia con lo que se tiene al alcance de la mano pareciera una visión escéptica de Michael Oakeshott, es en mapa un puerto seguro, una pista para aterrizar sin turbulencia.
La adopción de lo sensible y asumir el presente como único tiempo de la acción nos protege de la obscuridad y nos aleja de hogueras no deseadas. La pregunta es, si esta obscuridad y ese calor nos asustan por ser como son, o solo por ser desconocidos. Establecer al hombre en ese extremo racional nos colocaría en la cima, por decir así, en la tarea cumplida. Sin embargo, sería tal vez la paradoja más humana; la migración desde el fuego al bronce y de la antigüedad a lo posmoderno posiciona al hombre como el único tamiz de lo progresista.
Elegir entre Epicuro y Platón es una elección para la cual no estamos preparados hoy, y probable no lo estemos en ningún momento del caso. Hagamos trasluz con esa incandescencia intangible que nos pertenece, siendo conservadores o progresistas o incluso las dos cosas.