Hace 3 semanas se corrió el Maratón de la Ciudad de México, una auténtica fiesta deportiva y que a últimos días ha estado bajo la lupa ante la denuncia que de 27 mil corredores que cruzaron la meta, se detectó que unos 10 mil no hicieron el recorrido completo y lo que los movió fue la obsesión por tener la apreciada medalla con la letra C.
Hace un par de semanas les platiqué del contundente éxito que ha tenido la estrategia de mercadotecnia con la cual se revivió el Maratón de la Ciudad de México, pero vale la pena retomarlo para analizar lo sucedido.
Todo inició en el año 2013 cuando el Instituto del Deporte de la Ciudad desarrolló un plan de mejora de producto y comercial para transformar el Maratón, cambiar de imagen, de ruta y presentar un innovador concepto con las medallas de participación, basado en que durante las siguientes 6 ediciones se entregaría una letra de la palabra México.
Toda esta estrategia ha hecho crecer el maratón de 10 mil participantes que había 2012 a más de 35,000 en 2017. El tema de ir coleccionando las medallas se ha vuelto una obsesión que ha hecho que hasta los que no son corredores, “participen” en el maratón y obtener así su medalla.
En los últimos días ha tomado mucha fuerza en redes sociales una denuncia que muestra que de aproximadamente 27 mil corredores que cruzaron la meta en el Estadio Olímpico de Ciudad Universitaria, cerca de 10 mil no hicieron el maratón completo y sólo 17 mil completaron los 42.195 km. Esto se determina a través de 8 tapetes electrónicos de control ubicados cada 5 km, que registraron que mucha gente se brincó varios km o bien, arrancaron ya muy adelante y cerca de la meta. Inclusive hay fotos en redes que confirman que gente inició el maratón en el Zócalo y poco después tomaron el metro (los identificaban porque llevaban el número de corredor puesto), para acercarse lo más posible a la meta en CU.
Necesidad de Reconocimiento
Todo parece indicar que ante estos 17 mil corredores que no completaron la distancia, lo que los mueve a inscribirse en este evento es el poder tener la medalla y completar la palabra México. No importa que no corran, ellos quieren la medalla, ser parte de la fiesta y subir su foto a Facebook.
Con la iniciativa de las medallas y todas las mejoras en la operación de producto “maratón”, estamos ante el caso de una estrategia de mercadotecnia tan contundente que superó cualquier expectativa y previsión de escenarios, generando tanta demanda que afectó la imagen del evento.
El producto Maratón se convirtió tan atractivo que la gente que no corre maratones se inscribe y hace cualquier artimaña para llegar a la meta y tener su medalla, lo que desvirtúa el espíritu deportivo y de ética competitiva. Este dato de la gente que hizo “trampa”, ha generado mucha polémica, críticas y rebasado nuestras fronteras. Hoy en día se habla penosamente del caso del maratón de México y “sus tramposos” en otros países y se corre el riesgo que no se le dé la certificación plata de la Federación Internacional de
Atletismo por la cual estaban aspirando los organizadores.
El maratón es un producto tan deseado que se ha convertido en un extraño caso de mercadotecnia que ha impactado a otros segmentos de mercado que no se tenían considerados. El que se inscribe al maratón ya no solo es el corredor (como los 17 mil que si completaron el recorrido), sino que también es la gente (los 10 mil que no lo hicieron completo) que no forzosamente son corredores pero que tienen la necesidad de reconocimiento público, de protagonismo, de sumarse a una tendencia y de demostrarle a su gente que ellos “también”.
Este es realmente un caso que nos demuestra el poder de la mercadotecnia y lo peligroso que puede ser si resulta tan efectiva, si no se visualizan escenarios. En este caso ha puesto al descubierto una parte de la cultura mexicana de sacar provecho, no respetar las reglas y por qué no, de corrupción que tanto nos daña.