A través de sus hechos históricos y proezas heroicas, los gobiernos son capaces de configurar todo un mapa histórico que ayuda a formar la identidad de las naciones, ciudades y regiones. Para lograrlo, apuntalar la marca regional y generar un sentido de orgullo y pertenencia, se retoman anécdotas y pasajes que no necesariamente ocurrieron o que fueron tergiversados a conveniencia por la historia oficial.
Un ejemplo de ello se encuentra en la gesta de los Niños Héroes, uno de los hechos históricos con mayor significado en México. Se trata del relato de la lucha de seis jóvenes cadetes del colegio militar de la Ciudad de México, que durante la invasión norteamericana de 1847 defendieron con su propia vida el asalto al llamado Castillo de Chapultepec, que en ese momento era la sede de formación de la milicia mexicana.
Los nombres Juan de la Barrera, Agustín Melgar, Vicente Suárez, Fernando Montes de Oca, Francisco Márquez y Juan Escutia fueron tomados por los historiadores para diseñar un acto de defensa en el que los cadetes abrieron fuego a los invasores estadounidenses el día 13 de septiembre, luego de las batallas que en esos días se libraron y que fueron perdidas por la milicia mexicana. Se dijo incluso, que Juan Escutia, en un acto de dignidad, se arrojó al vacío del cerro del Chapulín para salvaguardar al lábaro patrio antes de que fuera tocado por las huestes enemigas.
Lo cierto es que ninguno de estos hechos se pudo comprobar en medio de los daños colaterales que una invasión militar representa. Algunas versiones apuntan a que en el recuento de los daños se encontraron algunos cadáveres de cadetes militares abatidos y, durante el gobierno de Porfirio Díaz -en la segunda mitad del siglo XIX-, fueron retomados los nombres de algunos de ellos para configurar historias capaces de enaltecer el orgullo nacional.
Para ello, y pasada también la dictadura de Díaz, fueron retomados los testimonios de antiguos cadetes que refirieron la muerte de jóvenes en defensa su patria. Hacia 1947, un siglo después, se retomó con más fuerza el relato heróico y, según el historiador Alejandro Rosas, el gobierno del entonces presidente Miguel Alemán dio cuenta del hallazgo de seis osamentas en las faldas del castillo de Chapultepec, a las cuales no dudaron en conferirles la identidad de seis de los cadetes enlistados en el Colegio Militar cien años antes.
Lo siguiente fue levantar monumentos, nombrar calles e incluir este pasaje histórico en los libros escolares y las paredes intervenidas durante el auge del muralismo mexicano. Estas y otras acciones se desarrollaron con el objetivo de generar un sentido de pertenencia e identidad nacional, así como un naciente orgullo mexicano derivado de sus victorias y derrotas que poseían un común denominador: la defensa de la patria.
Sin duda, se trató de una acción que buscaba posicionar una marca país entre sus habitantes. Pero este tipo de estrategias, desde luego, no son privativas de México y la construcción de sus historia, sino que se desarrollan en todo el mundo. Quizás un ejemplo satírico de ello se aprecia en la serie norteamericana The Simpsons, que describe en un episodio cómo la historia oficial se basa en actos no comprobados para enaltecer a personajes que brinden identidad nacional, en este caso, con la figura de Jeremias Springfield.