Por Daniel Granatta
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A mí, cantar no se me da bien. De hecho tengo pánico a los karaokes, una especie de fobia sin nombre que me invade cada vez que ando cerca de un escenario con micrófono y de algún grupo de amigos sin miedo al ridículo, libres de todos los complejos que a mí me invaden. Confieso que aspiro a superar esta fobia porque, por lo que parece, cantar es altamente terapéutico, como vía de escape a, por ejemplo, quedarse atrapado en los controles de seguridad del aeropuerto de Newark en Estados Unidos:
Sencillo y espontáneo, seguramente el vídeo infringe los derechos de autor los Beatles y su famoso tema Hey Jude; es decir, la autoridad competente especifica que canten pero no graben, o graben pero no lo compartan. Desconozco cuál es el ámbito legal en el que las líneas dividen los lados legal e ilegal, pero eso no impide observar cuál es el sentido común que parecería imperar en todas estas obras, de que si un artista le regala su música al mundo para que se convierta en la banda sonora de la vida de cada cual, parece un poco incongruente pedir cuentas y derechos de autor cada vez que personas anónimas (sin ánimo de lucro, parece) demuestran que una canción concreta pertenece a la banda sonora de su vida. Porque, tal y como yo lo veo, eso no va en detrimento de la obra del artista, sino que contribuye a incrementar la difusión de la misma, tal y como ocurrió con la canción Forever de Chris Brown, que incrementó sus ventas por ser la música al son de la que bailan en el maravilloso vídeo JK Wedding Entrance Dance, uno de los hits virales de 2009.
Cantar, también es lo que pedía Starbucks a todo aquel que se sintiera músico y quisiera participar en el proyecto Love, destinado a recaudar dinero para medicinas que utilicen los afectados de HIV en África. Músicos de 156 países cantaron simultáneamente el 7 de Diciembre en un gigantesco y virtual flash-mob, el cual demuestra que sentimientos como el amor y la solidaridad son universales e independientes de las distintas culturas u orígenes.
Si no se han emocionado al ver el vídeo, acudan por favor a su médico más cercano. Lo interesante de este proyecto es que rememora, en cierta forma, el momento y razón de la creación del tema All you need is love, aportación del Reino Unido al programa Our World (a la sazón la primera retransmisión global vía satélite de la historia, en 1967), con la diferencia de que esta versión colectiva es cantada por el auténtico dueño de la canción: el imaginario colectivo de la gente.
Cuarenta y dos años después, un grupo del que nadie puede acusarme de ser fan, U2, decidió retransmitir uno de los conciertos de su última gira, a celebrarse en el Estadio Rose Bowl de Pasadena, vía YouTube. Este evento, claro, no se entiende sin su experiencia previa de retransmitir en 1993 vía satélite y por canales de pago, el último concierto de su gira Zoo TV, un espectáculo abrumador y excesivo, una denuncia y sátira feroz de los mass media y la manipulación que con mayor o menor éxito ejercen a diario sobre nuestras vidas. Pero volvamos a 2009, y aun sin ser fan, accedí al canal de la banda en YouTube para ver el concierto y me sumé al total de diez millones de personas que hicimos lo mismo sin que el rendimiento del vídeo en stream se resintiera lo más mínimo, en una monstruosa demostración tecnológica casi a la altura de, me atrevería a decir, la llegada del hombre a la Luna.
Ya en el concierto, lo que allí aconteció fue, para mí, memorable y pueden verlo en cualquiera de los múltiples vídeos que existen porque ni siquiera tiene que ver con la banda, sino con las 97 mil personas que asistían como público, que en cierta manera tomaron el control de todo lo que allí sucedía. Armados con cámaras y celulares, la cantidad de flashes presentes a lo largo del concierto reflejaban una realidad, la de que aproximadamente cada 0.03 segundos había una infracción de copyright de la imagen o contenidos de la banda para beneficio… de la banda, ya que el material era automáticamente compartido en Flickr, Facebook o Twitter, etc., haciendo que la audiencia fuera del Estadio no sólo fuera la conectada al canal de YouTube sino también a cualquiera de los otros sitios, lo que amplificó la difusión del evento de una forma caótica, maravillosa e imposible de medir, para beneficio de todos.
Y así, al recordar la famosa escena de Annie Hall donde el personaje de Woody Allen recuerda el momento de su niñez en el cual le dice a su psicólogo que está deprimido porque el Universo está en expansión, y el psicólogo le dice que no se preocupe porque Brooklyn no se expande, resultó que en este mundo conectado, Brooklyn sí puede expandirse a medida que lo hace el Universo.
La música (y los eventos consecuencia de ella) proviene de los músicos pero los auténticos dueños son los que la escuchan y la hacen parte de sí mismos para luego compartirla, porque lo que compartes no es la música per-se sino lo que te hace sentir, para convertir una canción en algo más grande que ella misma. No es cierto que una descarga de un disco o libro equivale a un disco o libro no comprado en una tienda, y no es cierto que porque un disco esté a disposición de alguien para ser descargado eso implique automáticamente que alguien lo vaya a descargar, puede ser tan ignorado como el CD de al lado del que buscabas en una tienda física. Escuchar sin pagar, ¿es ese el problema? En este sin sentido, descargarme sin pagar un disco de un artista que no conozco, para saber si me gusta o no y comprar luego sus discos, parece ser ilegal. En cambio, escucharlo sin pagar en Spotify y no comprarlo nunca parece ser legal, aun cuando a los efectos la única diferencia es la de unos archivos más o menos en mi disco duro. Que alguien me lo explique, pero no con leyes sino con sentido común, por favor.
Y aún así, los músicos deberían celebrar que sus discos fueran compartidos en la red, que vídeos de sus conciertos sean algo que la gente quiera publicar y sus canciones algo que quieran cantar y compartir o piratear (en su dialecto), porque si algo es pirateado es que ese material consigue una vida propia más allá del mainstream en el que fue lanzado.
Compartir cosas en internet no le quita audiencia a nadie, sólo refina a la que realmente era audiencia y extermina a los ocasionales, que sí adquirirán el disco en un puesto callejero, equivalente del cópiame esta cinta de cassette o préstame este libro y en una semana te lo devuelvo, pero que nunca los comprarían ni en una tienda de discos ni en una librería, respectivamente. Compartir cosas en internet no le quita audiencia a nadie, sólo la incrementa y deja como único problema para el músico el de averiguar dónde está esa audiencia, un lugar al que no se puede acceder con la brújula de la discográfica, porque dicha brújula sólo apunta a los estados de cuenta bancarios de la discográfica y no a los intereses del público del artista. Peor aún es no tener brújula, como le ocurrió a Metallica. Pero cuando el músico se hace con una brújula propia, como las de Nine Inch Nails o Radiohead y utiliza el “señalado” problema de la “piratería” en su beneficio para encontrar y recompensar a los que de verdad son sus fans, se hace patente entonces cuál es el verdadero problema de algunos músicos hoy día: que la gente no quiera cantar ni compartir o “piratear” (en su dialecto) sus canciones, porque los considere mediocres, a ellos y a sus canciones y ni siquiera dignos de ser pirateados.
Y eso ya no se arregla ni con todas las leyes antipiratería que cierren todos los sitios de descarga del mundo, porque al final, el Universo sigue en expansión y Brooklyn, también, se expande.