Hemos dejado atrás aquellas épocas donde cada colaborador debiese tener su propia oficina, y donde las cabezas de área tuvieran un espacio privado directamente proporcional a la envergadura de su posición, e incluso pudiesen mostrar sus elementos narcisistas intimidatorios.
Se habla mucho de las ventajas que pueden tener los espacios abiertos, por ejemplo, el impacto en el budget, desde el ahorro en energía, mobiliario, mantenimiento, acondicionamiento y obviamente el tener un mayor número de colaboradores en espacios pequeños.
Los pros de que no existan muros van desde una colaboración face to face, promoción del dialogo, la espontaneidad de las ideas que repercuten en la frescura, la competitividad tanto consciente, y desde un lado perverso también existe el control de la gente por el moldeamiento, donde aquel que aparentemente no está produciendo o que rompe las normas de la organización, recibe la presión visual e incluso verbal por el resto del equipo, provocando la tensión en el espacio abierto.
Esa economía de energía es dinámica, siendo emitida por la persona, pudiendo ser “buena vibra” (conocida como libido para los psicoanalistas), o agresiva y de destrucción (conocida como “mala vibra”).
Al ser económica existe una transacción, la persona deposita o mejor dicho emite y lanza esa energía, que, al hacerlo, dispone de un lugar para también recibir aquella que es emitida por los demás; es dinámica, ya que hay factores internos (de las personas) como externos (del ambiente) que permiten movimiento constante.
Si bien no podemos dar lo que no tenemos y somos, esto trasladado a la economía y dinámica energética podríamos decir que emitimos aquello que somos, por esto nos relacionamos desde el inconsciente, aliándonos con los colaboradores que incluso a primera vista intuimos el poder hacer alianzas y ser productivos con ellos, pero también con aquellos que nos debemos alejar, sin embargo, solo nos estamos distanciando de aquello que no nos gusta de nosotros pero que es más fácil ver en el otro, así que la frase “lo que te choca te checa” no está dicha de forma somera.
Un espacio abierto también llega a tener su lado oscuro, uno de ellos es el choque cultural que aporta cada colaborador, trasladamos las costumbres de casa a estos espacios, siendo tan diversos y algunos tan disruptivos que pudiesen parecer inadecuados para algunos, por lo que la elaboración de reglas y normas de conducta debiesen tener el objetivo de ser incluyentes, imparciales y respetuosas de la diversidad en pro de la convivencia productiva positiva (ya que también hay convivencia productiva destructiva).
Ya ni hablar de carencia de intimidad, en los espacios abiertos nuestra atención flotante nos permite escuchar otras conversaciones, existen más distractores e incluso, invasión al espacio vital.
Si los lugares están asignados, es sano que el colaborador lo permee con elementos simbólicos que le recuerden que aún estando en medio de decenas o cientos de personas no ha perdido su identidad y que tiene personalidad propia, por lo que considero un error prohibir que la persona haga suyo el lugar de trabajo, es agresivo y perverso ver todos los lugares iguales, es como si se buscase eliminar la identidad de las personas.
Aprovechemos las ventajas de este tipo de espacios, disfrutemos el producir y el sumar las culturas, puntos de vista, pensamientos e ideas de los vecinos, recordemos que ese espacio que disponemos para nuestra jornada laboral es una representación simbólica de nosotros.