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Carlos Bonilla

Los chistes nos hacen rebelarnos contra la razón

Parece chiste, pero el viernes pasado, 1 de julio, se celebró el Día Internacional del Chiste, como desde hace muchos años, justo a la mitad del calendario gregoriano. Surgido en los Estados Unidos, su objetivo primordial es lograr a través del humor que todas las personas sean capaces de compartir momentos de alegría utilizando expresiones graciosas y que esto les ayude a ser más grata la vida.

Según la Real Academia de la Lengua Española, el chiste es un “dicho, ocurrencia o historia breve, narrada o dibujada, que encierra un doble sentido, una burla, una idea disparatada, etc., y cuya intención es hacer reír”.

Wikipedia lo describe como “una narración oral o escrita breve, ficticia y humorística que es graciosa y suscita la risa. A veces también puede ser satírico, irónico, crítico o burlesco. Contiene un juego verbal o conceptual capaz de montar a risa y fundado en el humor. A diferencia del apólogo, la fábula o la parábola, no pretende moralizar o enseñar, sino solo divertir o distraer”.

Ambas definiciones concuerdan en que el propósito de los chistes es provocar la risa, calificada como una de las mejores terapias que existen.

Cuando soltamos una carcajada movemos entre 12 y 17 músculos de la cara. El detonante suelen ser situaciones cómicas a partir de una persona o un evento real, o por un chiste.

Para Sigmund Freud, la teoría de los chistes es parte de la teoría general de la diversión. Ésta se divide en: los chistes (agudezas), lo cómico (donde se incluye lo ingenuo: el chiste se hace, lo cómico se descubre y lo ingenuo es una especie de lo cómico más cercana al chiste) y el humor.

Los chistes son una economía de la inhibición; lo cómico, una economía del pensamiento, y el humor es una economía de la emoción. En los tres, el placer proviene de un ahorro, y ese placer es el placer perdido de una época de nuestra vida en la que podíamos desarrollar nuestra labor psíquica con muy escaso gasto, a saber, “el estado de ánimo de nuestra infancia, en la que no conocíamos lo cómico, no éramos capaces del chiste y no necesitábamos del humor para sentirnos felices en la vida”. El humor se caracteriza por el repudio de las exigencias de la realidad y la imposición del principio del placer, lo que lo aproxima a los procesos regresivos típicos de la psicopatología, como un proceso elaborado para rehuir a la opresión del sufrimiento y afirmar la insuperabilidad del yo por el mundo real. Luego, en este ámbito del humor, y sin duda en el chiste y lo cómico, hay un proceso de elaboración en el que se genera una determinada interpretación de la realidad, es decir, un proceso hermenéutico necesario y previo al placer.

Freud divide los chistes en dos categorías: “inocentes” y “tendenciosos”, y, a su vez, estos últimos se subdividen en “hostiles” y “obscenos” (luego añade los chistes cínicos y los escépticos). Los chistes inocentes hacen reír sólo por su técnica, mientras que los tendenciosos tienen un propósito que se añade a la técnica. Los chistes tendenciosos (de temática sexual o agresiva) abren una brecha en nuestras defensas y liberan la energía psíquica que, de otra manera, habríamos utilizado contra el contenido sexual o agresivo articulado por el chiste. La civilización nos fuerza a reprimir los deseos sexuales y agresivos, y los chistes tendenciosos nos permiten disfrutar de estos placeres rodeando el obstáculo que está en el camino del instinto hostil o libidinal. Tales obstáculos son de dos tipos: externos, por ejemplo, la dificultad de descargar la agresión sobre alguien más poderoso) e internos (aversiones internas, inducidas por la civilización, a la obscenidad y la hostilidad).

Un chiste tendencioso nos salva de tener que crear la inhibición necesaria para el autocontrol o permite que superemos un obstáculo ya existente y, así, hace desaparecer la inhibición. Funciona así: la técnica del chiste proporciona una pequeña cantidad de placer, el pre-placer (Vorlust), que actúa como una gratificación de incentivo por medio del cual el propósito suprimido consigue suficiente fuerza para superar la inhibición y permite el disfrute de una cantidad mucho mayor de placer que puede ser liberado del propósito.

Dado que al crear o mantener una inhibición gastamos energía psíquica, Freud sostiene que es plausible concluir que la producción de placer derivado de un chiste tendencioso corresponde al gasto psíquico que se ahorra y la energía psíquica ahorrada puede ser descargada en la risa (de nuevo la idea de economía). Lo mismo sucede con los chistes inocentes, en los que nos reímos del elemento de sinsentido y absurdidad: la energía psíquica ahorrada es la que uno gastaría normalmente en obedecer las reglas de coherencia, razón y lógica. Aparece, pues, el elemento de incongruencia también en el análisis freudiano y la sugerencia de que hay una elaboración interpretativa que no sigue las reglas que se esperarían en otros contextos.

En la parte analítica de su obra El Chiste y su Relación con lo Inconsciente, Freud considera que el chiste supone una rebelión contra la razón, un retorno al viejo hogar, la infancia, en la que los deseos se hacen realidad y la vida es puro juego, sin más finalidad que el juego mismo: la tesis del chiste como constructo interpretativo alternativo a lo que sería esperable en contextos “normales”.

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