Cero y van nueve. Con más de 6 billones de dólares, diez películas, cuatro temporadas de una serie animada, videojuegos, atracciones en parques temáticos, un show y mucho merchandising a lo largo de dos décadas, la saga “Rápido y furioso” es una de las más exitosas en la historia del cine. En apariencia, la clave de su éxito pareciera estar en las escenas de acción que mezclan espectaculares e imposibles secuencias con autos y/o quizás en el atractivo de su elenco cuando en realidad lo que la sostiene es una palabra que está fuertemente enraizada en cada una de sus historias, en las frases más emblemáticas y que se asocia con la emoción: familia.
“Rápidos y furiosos” inició en 2001 con un presupuesto de 38 millones de dólares que consiguieron recaudar casi 210 en la taquilla global. Era una historia original, hecha exprofeso para la pantalla grande. Desde ahí, la familia se convirtió en un motif constante y cuyo planteamiento responde a su concepción de una manera universal. Y es curioso, pues el propio concepto de familia ha evolucionado durante los últimos años, integrando al modelo tradicional (papá, mamá e hijos) otras alternativas, pero la definición de acuerdo con “Rápido y furioso” va más allá, está construida en un grupo de valores que los guionistas han integrado como parte de la dinámica entre los personajes y como factor clave en los conflictos a resolver.
En “The Case Against Marriage Fundamentalism: Embracing Family Justice for All” de Fremstand, Glynn y Williams, publicado en The Family Project se establecen cuatro valores fundamentales: igualdad (refiere a la disminución social y económica entre los miembros), autonomía (reducción de barreras y libertad individual), interdependencia (comprensión de que se funciona como parte de un grupo, por lo que incluye a la sociedad) y cuidado (reconocimiento de la manera en cómo las relaciones impactan positivamente en la vida). Esos valores forman parte de cada una de las entregas de la saga y comprenden que al integrarnos a un nuevo grupo lo hacemos también a una nueva familia.
En “Rápidos y furiosos”, Dom (Vin Diesel), por ejemplo, ha tomado un rol protector, similar al de un padre. Tanto él como Letty (Michelle Rodríguez) han hecho sacrificios por el equipo que, a su manera, son los hijos. El esquema no sólo opera para los héroes, también para los antagonistas, Deckard Shaw (Jason Statham) aparece para vengar el daño hecho a su hermano Owen (Luke Wilson) y sus elecciones entran en conflicto con las de su hermana Hattie (Vanessa Kirby), aunque ambos se reconocen siempre como parte del mismo grupo y bajo las enseñanzas de su madre Magdalena (Helen Mirren).
“Rápidos y furiosos” se ha sostenido porque en su columna vertebral, en cada capítulo, la dinámica que opera es la de dichos valores en interacción, en medio de confusiones, pero que siempre anteponen a la familia. Es una postura que inspira más allá de los efectos especiales, la velocidad y la espectacularidad. En el fondo, se trata de ver cómo los personajes crecen y se ayudan entre ellos, sobre cómo se conforman en la familia que han elegido, creando una dinámica con la que el público puede identificarse y que hace que después de todo lo que se ve, se quede algo más en el público. No en balde, Dom lo dice claramente “no tengo amigos, tengo familia”.
Carlos Andrés Mendiola