Así calificaron miembros de la Academia Costarricense de la Lengua, durante una mesa redonda, al uso del llamado “lenguaje inclusivo”, que la ONU describe como “la manera de expresarse oralmente y por escrito sin discriminar a un sexo, género social o identidad de género en particular y sin perpetuar estereotipos de género”.
Según el organismo internacional, “dado que el lenguaje es uno de los factores clave que determinan las actitudes culturales y sociales, emplear un lenguaje inclusivo en cuanto al género es una forma sumamente importante de promover la igualdad de género y combatir los prejuicios de género”.
El INE dice que el uso del lenguaje propicia todos los procesos de pensamiento, y en ese sentido crea la realidad propia. “En el uso del lenguaje reproducimos sesgos y estereotipos que sistemáticamente han excluido, minimizado o desvalorizado a diversos grupos, por lo cual es crucial el uso del lenguaje incluyente”, concluye.
La utilización del lenguaje inclusivo en diferentes ámbitos ha generado una gran polémica. Es uno de los temas que se debaten en la sociedad actual. Desde políticos hasta marcas, todos analizan el tema con cuidado para enfrentar su estrategia de comunicación de la manera más acertada.
Se han dado casos extremos como la prohibición del lenguaje inclusivo en las escuelas de la Ciudad de Buenos Aires, dictada por el jefe de Gobierno Horacio Rodríguez Larreta.
Hay que entender que el género gramatical no necesariamente corresponde con el género. Quienes insisten en confundir las categorías de la lengua con categorías del mundo material conducen a contradicciones que llegan al absurdo, según los lingüistas costarricense, quienes coinciden en que el género permite la concordancia entre sustantivos y otros elementos complementarios.
Las clases nominales no se limitan a masculino y femenino en todas las lenguas. En el caso del chino o el bribri las palabras se categorizan según su forma (ya sea plana, larga o redonda). Otros utilizan las categorías animado-inanimado o racional-irracional. En esos casos se utiliza la forma no marcada para abarcar a ambos. En algunas lenguas africanas existen cinco géneros diferentes.
No debe confundirse el género con palabras referidas a hombres y mujeres. En nuestro idioma hay dos tipos de género: el formal, que se basa en la forma de las palabras, y el semántico, basado en el sexo del ser humano o animal. El sustantivo masculino se utiliza para designar a grupos mixtos o a personas de ambos sexos de manera indistinta, a éste se le denomina término no marcado de la oposición.
En el idioma español la categoría de número, con la oposición singular-plural, se utiliza el singular como término no marcado, y en la categoría de tiempo el presente indicativo sirve para hacer referencia tanto al pasado como al futuro, pues no tiene marca de tiempo.
“Algunas personas piensan que se puede calificar a la lengua española de machista por emplear el masculino como término no marcado. Si esto fuera así, entonces también habría que calificarla de singularista y de presentista” argumentan los lingüistas ticos.
Lo evidente es que el lenguaje inclusivo resulta complicado y en algunos casos hasta absurdo, afirman.
A pesar de que el masculino funciona en español como término no marcado para referir tanto a hombres como mujeres, quienes defienden el lenguaje inclusivo han buscado diversas formas de adaptar la lengua, algunas veces con éxito y otras cayendo en soluciones poco prácticas e insostenibles.
Algunas de estos recursos son sustituir la última letra por el símbolo @ en los sustantivos y elementos concordantes, lo cual es incompatible con el lenguaje hablado. Usar la forma masculina seguida de (as) es pronunciable pero no es compatible con el lenguaje oral. Otra es repetir todas las palabras que contengan morfología genérica, lo cual desemboca en una tediosa redundancia. Ninguna de estas propuestas es viable.
Los lingüistas costarricenses se mostraron de acuerdo en que la sociedad debe trabajar en el léxico, que es la parte del lenguaje donde se refleja el machismo. Debe evitarse el uso de palabras con connotaciones denigrantes como “perras” para referirse a malos jugadores, solterón y solterona, entre otras.
Para lograr que la mujer se visibilice en el lenguaje, hay que impulsar el cambio de la nomenclatura de organizaciones e instituciones gubernamentales, como por ejemplo: Hospital de Pediatría, en vez de Hospital de Niños; o Consejo Nacional de Universidades Públicas, en vez de Consejo Nacional de Rectores, entre otros.