Según datos publicados por INEGI, en México se leen en promedio 4 libros por habitante, la relatividad de lo “poco o lo mucho” en cuanto a este dato duro, podría despreciarse en la práctica, mediante el escudriño sobre de lo que se elige leer.
La caída de un castillo; “Un joven minero apodado el Pípila se cubrió con una losa y, tomando un ocote encendido, se arrastró hasta la puerta bajo las balas y las granadas y logró prenderle fuego”. Este extracto del texto: “Morelos”, del autor Fernando Benítez, ilustra en los entresijos del libro, uno de los referentes más importantes de la hoy enumerada como la primera transformación de nuestro país. La relevancia de este joven minero en la toma de la Alhóndiga por las fuerzas insurgentes al mando del cura Hidalgo. Es relativamente fácil encontrar personajes sobresalientes en las nutridas gestas del México posterior a la colonización. Hace algunos días escuché en la tertulia mañanera, qué, “en México se leía más de lo que algunos imaginaban, que solo habrían de ponerse más obras al alcance de la gente”. De algún modo el mensaje llamó mi atención, ¿es caro leer en este país? Bastaría entrar a una de las franquicias de librerías y darse cuenta del costo de un libro.
Uno de mis profesores en el bachillerato decía: que leer un libro al mes nos pondría en el umbral de los grandes lectores, si lograbas generar el hábito de la lectura, te acercarías a la filosofía de modo inconsciente. La decisión un tanto punitiva de coger un libro del librero de tu casa, o de la casa de un amigo o algún familiar y deshojarlo con la mirada; ese mismo profesor de prepa, nos decía, que veinte minutos al día eran suficientes para completar la lectura de un texto tamaño promedio en una semana. Lo cierto es, la lectura dializa a quien escribe y quienes leen, esta especie de cima conquistada por dos, va construyendo valles idílicos en la psique del lector.
A pocos días de la celebración nacional por el inicio de nuestra independencia, tan solo atreverse a dar un ligero asomo a los textos relativos a este tramo de la historia, serían suficientes para ocupar algunos meses o años de lectura. En mi caso un decantado amante de la ficción y el mito, son dos ingredientes que inmiscuyo en cada espacio de lectura sea un hecho histórico, o novela.
En un país joven como el nuestro, leer sobre la historia, es como leer sobre de nuestros abuelos y bisabuelos, esta frescura no debería pasarse por alto al momento de invertir en esta valiosa actividad, y ascender dos o tres escalones en el a veces impropio madero genealógico que nos sostiene.