La de Fidel Castro fue una imagen controvertida. Su reciente muerte desató pasiones entre quienes lo consideraban un héroe mesiánico por posicionar al pueblo cubano en los primeros lugares del mundo en calidad educativa y sanitaria, y aquellos que creen que fue un tirano, al cuestionar sus políticas socialistas que impedían a la ciudadanía mantener un pensamiento libre y tomar la decisión de escapar de la pobreza.
Ocurre que el régimen castrista se caracterizó por claroscuros difíciles de juzgar sin experimentar por cuenta propia la forma de vida de los cubanos en la isla. Lo que sí es una realidad innegable es la existencia del bloqueo informativo que Fidel impuso desde su llegada al poder; la imposibilidad por parte de los ciudadanos de tener acceso a contenido noticioso y de cualquier tipo que no fuera el producido por los medios nacionales -todos manejados por el Estado-, y la severidad con que eran castigados quienes se atrevieran a cuestionar al régimen.
Sin embargo, el actuar comunicacional del gobierno, cuando éste iniciaba, parecía que tomaría un camino más favorecedor.
En una de las tantas anécdotas que se dieron a conocer tras su muerte, la que más llamó mi atención fue la que afirmaba que Fidel fue cliente de una agencia de relaciones públicas en Estados Unidos, apenas asumió el mandato de la isla caribeña.
El libro Diplomacia encubierta con Cuba. Historia de las negociaciones secretas entre Washington y La Habana, de LeoGrande, William M. y Peter Kornbluh, cuenta que en 1959, meses después de ser nombrado Primer Ministro de la República de Cuba, Fidel aceptó la invitación por parte de la Asociación Norteamericana de Editores de Periódicos de viajar como invitado de honor a territorio estadounidense, en una época previa a los conflictos entre ambas naciones que derivaron en el bloqueo económico y la historia que ya conocemos.
El entonces flamante mandatario cubano decidió aprovechar al máximo su viaje al país del norte y visualizó que su visita no sólo se trataría de desayunar con la prensa, sino que se convirtiera en una gira por varias universidades e instituciones estadounidenses. Para tal efecto, Fidel tuvo el buen tino de contratar a Bernard Relin and Associates Inc, una de las mejores agencias de relaciones públicas de la época.
La agencia fue responsable de que la visita de Castro resultara exitosa. No sólo asistió a la reunión con los editores de periódicos, sino que ofreció discursos en las universidades de Harvard y Cambridge, y en lugares como Central Park y el zoológico de Bronx; además participó en un programa de la NBC. Todos sus encuentros con la prensa y los ciudadanos estuvieron notablemente concurridos e incluso miles de personas acudían a aeropuertos y estaciones de tren para darle la bienvenida.
El mérito de Bernard Relin and Associates Inc. —coinciden los textos que refieren la anécdota—, no sólo estuvo en el exposure que lograron para Fidel en Estados Unidos, sino también en la manera en que el líder cubano manejó la información y cómo se enfrentó a la prensa.
En cada lugar en el que se presentaba, Castro supo responder, con paciencia y de manera elocuente, los cuestionamientos sobre la posible infiltración del comunismo en su gobierno o el asesinato de simpatizantes de Fulgencio Batista. En todo momento se le vio ameno, relajado y simpático, aunque las preguntas le resultaran incómodas.
Así, la visita de Fidel a Estados Unidos, junto a la asesoría de su agencia de RRPP, fue determinante para que el entonces nuevo líder político se convirtiera en uno de los más influyentes del siglo XX.
No obstante, décadas después, Fidel no necesitó una agencia de relaciones públicas para mantener su imagen personal, ni para ser asesorado sobre la mejor manera de informar a sus gobernados, pues básicamente, los habitantes de Cuba no tuvieron más opciones que consumir la información que les proporcionaban los medios de comunicación oficiales, que eran todos.
Un régimen autoritario como el que protagonizó Fidel durante casi medio siglo no permitía la crítica al gobierno, mucho menos al sistema económico, pues por décadas el régimen fue tratado en las escuelas, en las televisoras, en las radios, en los libros y en todos lados como un triunfo indiscutible de la revolución.
Castro no protagonizó una crisis de imagen por las decenas de mansiones de ultra lujo que poseía a lo largo de la isla, ni su fábrica de quesos para consumo privado, simplemente porque el pueblo cubano nunca se enteró de eso. Ninguna agencia de relaciones públicas tuvo que ayudarlo a rescatar su imagen porque no existió medio de comunicación que se dedicara a criticarla.
Sin ánimos de satanizar ni vanagloriar a uno de los personajes clave de la geopolítica mundial del siglo pasado, limitémonos a reflexionar en las consecuencias de un bloqueo comunicacional de casi medio siglo que pesó sobre un pueblo ansioso de información, sin una visión que les permitiera conocer lo que realmente pasaba en su territorio y, mucho menos, en un mundo que podría haber devorado a esa pequeña isla caribeña.