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Carlos Bonilla

Las percepciones, lo legal y lo legítimo

El imaginario colectivo se forma con percepciones repetidas. Ello es importante porque las percepciones se transforman en actitudes.

¿Por qué resulta políticamente incorrecto defender a los millonarios?

Ello se debe a que en el imaginario colectivo -preponderantemente maniqueo- y en muchas de las doctrinas religiosas, los malos son quienes tienen dinero o bienes en exceso y los buenos, los desposeídos. Ello es producto de la percepción, entendida como el conocimiento de algo que los seres vivos tienen por medio de las impresiones que comunican los sentidos.

El imaginario colectivo se forma con percepciones repetidas. Ello es importante porque las percepciones se transforman en actitudes, que al verbalizarse constituyen las opiniones y al materializarse derivan en conductas positivas o negativas, dependiendo del estímulo al cual obedezcan.

La generación de percepciones también depende de valores arraigados en la sociedad, como la legalidad, que se define como lo que se ajusta a la ley o está conforme con ella; o la legitimidad, cuya definición no sólo la vincula con lo lícito, sino también con lo justo.

Sin embargo, algunas personas y organizaciones buscan impulsar la idea de que ‘la riqueza es perversa’,  cuando lo realmente inaceptable es la pobreza.

Poseer dinero obtenido legalmente no constituye per se una circunstancia condenable, pero en el imaginario colectivo, el hecho de que cuatro  empresarios sean dueños del 9 por ciento del PIB global no se percibe como legítimo en un mundo en el que mucha gente muere de hambre diariamente.

“¿Queremos terminar con los ricos o con la pobreza?”, preguntan los analistas a la luz del enfoque maniqueo que los altos funcionarios del gobierno entrante han fomentado en los mítines públicos,  en sus declaraciones en los medios colectivos de comunicación y en su post difundidos en las redes sociales. Este maniqueísmo ataca a la riqueza y exalta la pobreza, cuando deberíamos estar haciendo exactamente lo contrario. Se trata de que todos aspiremos a mejores condiciones, no de satanizar a quienes ya las han logrado, asumiendo que ello sólo se logra por medio de prácticas corruptas.

La política de comunicación que ha seguido el nuevo gobierno cae en el sofisma de que atacando la riqueza acabaremos con la corrupción y con la pobreza.

Lo que realmente hay que fomentar y defender es a  la actividad empresarial, que no a la riqueza. Sin embargo, ambas están asociadas en el inconsciente de la sociedad, por la  infinidad de hechos delictivos y abusivos que las vinculan, fuertes generadores de percepciones.

Dicen que percepciones son realidades. Recordemos que la gente opina y actúa de acuerdo con las percepciones que tiene de los hechos o de las personas a ellos vinculadas.

La percepción se genera por los estímulos perceptibles que llegan a los receptores  por la información que a ellos llega tanto generada por las personas, gobernantes o empresas; la que terceros difunden en torno a ellas; o las experiencias que la gente tiene en relación con su conducta. Tales estímulos se juntan e integran la percepción que de una persona, empresa, gobierno o hecho tengan sus interlocutores.

Cuidado con fomentar la polarización mediante el manejo de las percepciones, la satanización infundada y las promesas desmesuradas y teatrales.

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