En el año 2027 la consultora Gartner anticipaba que para el año 2022 la mayoría de ciudadanos de las economías desarrolladas consumirían más información falsa que verdadera. Para el año 2018 (por las malas experiencias de circulación de falsedades durante la campaña presidencial de Donald Trump de 2016), la preocupación por el alcance del fenómeno de las fake-news no ha hecho más que crecer desde entonces.
Los investigadores del MIT se embarcaron en el mayor estudio realizado hasta la fecha sobre mensajes virales que circularon en Twitter entre 2006 y 2017 y llegaron a la sorprendente conclusión de que las noticias falsas tenían un 70% más de probabilidades de ser compartidas que la información verdadera. Los temas más habituales de las falsedades fueron las noticias políticas, aunque también afectaron al terrorismo, los desastres naturales, la ciencia, las leyendas urbanas y la información financiera. Además, y frente a lo que podría pensarse, fueron los usuarios humanos y no los robots, quienes más contribuyeron a viralizarlas.
El Consejo Europeo recomendó en 2017 adoptar un enfoque más amplio sobre las fake-news y abordar el problema global como “Information Disorder”. Los trastornos o patologías de la información, más allá de las noticias falsas, incluyen la descontextualización espacial o temporal de noticias, el humor, las parodias, los memes, los errores, la manipulación política y la generación intencional de alarma social.
En un artículo publicado recientemente en El Universal, Mauricio Meschoulam menciona que hay un sector en Estados Unidos que piensa que existe un “Estado Profundo” peleando una guerra en contra de Trump. No solo eso. Entre ciertos ciudadanos de ese sector, existe la convicción de que el mundo es dirigido secretamente por un grupo de pedófilos satánicos que operan una red de tráfico de niños. “De acuerdo con esta teoría, personalidades como Obama, Hilary Clinton, George Soros, o celebridades como Tom Hanks u Oprah Winfrey, están incluidas en este grupo selecto. Trump, en esta narrativa, habría sido reclutado por militares para deshacerse de esta red y por ello, los conspiradores se mantienen luchando en su contra”, dice Meschoulam .
Según se ha reportado, estas teorías proceden de una persona o grupo anónimo que utilizaba el nombre “Q”, quien alegaba que tenía acceso directo a secretos de gobierno. Actualmente se les conoce como las teorías QAnon, un fenómeno que en su momento era absolutamente marginal, pero que paulatinamente ha ido ganando adeptos y se ha convertido en parte de la conversación central. Su penetración en internet y redes sociales es inmensa. Una de sus adherentes acaba de ganar una primaria republicana para el Congreso. “Estas teorías -menciona el artículo- , que ahora abarcan rubros como la pandemia, el movimiento ´Black Lives Matter´ o las elecciones en EU, están siendo alimentadas por el discurso del propio Trump. Y claro, en los tiempos que vivimos, teorías como estas, también están recibiendo un nada despreciable impulso por parte de agentes externos rivales de EU”.
Una investigación revela que:
- Las noticias falsas tienen un mucho mayor alcance e impacto que las noticias verdaderas. Un tuit con información falsa tiene 75% más probabilidades de ser retuiteado y puede llegar hasta 100 veces más lejos que un tuit con información real
- La principal puerta de entrada en el proceso de radicalización de extremistas de derecha, es a través de sitios de internet que hablan de teorías conspirativas. Desde uno de esos sitios, la persona normalmente accede a otro similar, y a otro, y a otro, y así sucesivamente, dando pasos cada vez más firmes en la escalera de la radicalización.
La investigación refleja que, aunque la mayor parte de esas personas limita su interacción al internet o a las redes, sí hay un pequeño sector que avanza en su proceso extremista, y decide usar la violencia en contra de quienes percibe como parte del “mal”. No es casual el paralelismo entre el crecimiento en internet de esas teorías conspirativas y el ascenso de crímenes de odio en EU.
Es importante entender que las noticias falsas tienen efectos verdaderos; que impactan sobre la calidad de la democracia, sobre el funcionamiento de los mercados y sobre la respuesta de emergencia ante los atentados terroristas, las catástrofes naturales y los accidentes.
Recordemos las reglas básicas que hay que aprender y enseñar para mejorar nuestra defensa ante la desinformación:
No valorar una noticia solo a partir de su titular y, en consecuencia, no reenviarla sin haberla leído.
Comprobar la fuente de la noticia, así como el lugar en el que se ha producido y la fecha y el medio en la que se ha publicado.
Contrastar qué otros medios han publicado la noticia y verificar que no se trate de una broma o de una simulación.