Los nuevos medios políticos son formas de comunicación que facilitan la producción, la diseminación y el intercambio de contenido político en plataformas y en las redes sociales que permiten la interacción y la colaboración de los usuarios. Han evolucionado rápidamente a lo largo de las tres últimas décadas, y siguen desarrollándose de formas novedosas y a veces inesperadas. Esto conlleva implicaciones de amplio alcance para los gobiernos democráticos y las prácticas políticas. Han modificado, radicalmente, las formas
en que funcionan las instituciones gubernamentales y la forma en que se comunican los líderes políticos.
La Internet ha transformado el sistema de medios políticos y redefinido el papel de los periodistas. Ha influido enormemente en la forma en que se disputan las elecciones y ha cambiado la forma en que los ciudadanos se implican en la política.
Los nuevos medios pueden transmitir información directamente a las personas sin la intervención de controladores editoriales ni institucionales, intrínsecos a las formas de comunicación clásicas. Así pues, los nuevos medios han introducido un mayor nivel de inestabilidad e imprevisibilidad en el proceso de comunicación política.
La incorporación de los nuevos medios ligados a la Internet ha complicado el sistema de los medios políticos. Los medios convencionales, compuestos por los medios de comunicación de masas anteriores a la web como los periódicos, los programas de radio y los noticiarios televisivos, coexisten ahora con medios que son los vástagos de la innovación tecnológica. Mientras los medios clásicos mantienen unos formatos
relativamente estables, la lista de medios nuevos, que incluye páginas web, blogs, plataformas para compartir vídeos, aplicaciones digitales y redes sociales, se expande continuamente de formas innovadoras. A los medios de comunicación de masas diseñados para difundir noticias de interés general a un gran público se les han unido fuentes especializadas que difunden noticias selectivamente a un número limitado de usuarios.
Los nuevos medios proporcionan un acceso sin precedentes a la información y pueden incluso llegar a audiencias desinteresadas mediante canales personalizados entre iguales, como Facebook. Los funcionarios públicos están sujetos a un mayor escrutinio, a medida que la gente normal une fuerzas con la prensa consolidada. Los asuntos y los eventos que podrían encontrarse fuera del alcance de los periodistas convencionales pueden ser llevados a la palestra por ciudadanos corrientes. Pueden crear comunidades que trasciendan las fronteras físicas mediante sus grandes capacidades de interconexión.
Buscan, explícitamente, implicar al público en las actividades políticas, como votar, ponerse en contacto con los funcionarios públicos, las actividades de voluntariado en su comunidad y tomar parte en movimientos de protesta.
Al mismo tiempo, la era de los nuevos medios ha exacerbado tendencias que socavan los objetivos ideales de una prensa democrática. Los medios diseminan una enorme cantidad de contenidos políticos, pero buena parte del material es trivial, poco fiable y polarizador.
Gran parte de sus contenidos se relacionan con torrentes interminables de escándalos espectaculares, ya sean reales, exagerados o completamente inventados, apelando a la exacerbación de las emociones.
Si bien la diversidad de contenidos diseminados por los nuevos medios ha generado oportunidades como la capacidad de que más voces sean escuchadas, la cuestionable calidad de buena parte de esta información plantea cuestiones serias para el discurso democrático.
En los últimos cuatro años en América Latina se han dado 18 elecciones presidenciales o equivalente; en 17 de ellas perdió el grupo que gobernaba (solo en Paraguay el partido en el poder se mantuvo). No importa cómo y quién gobierne, los ciudadanos prefieren otra cosa, entre más distinta, mejor. Ello revela que la gente no sólo está molesta, sino que además detesta a los políticos tradicionales y está dispuesta a darle su voto a quien critique al poder vigente con mayor fuerza.
La evidencia más reciente de ello es el triunfo de Javier Milei en Argentina. Un político excéntrico, ex presentador de televisión y provocador profesional. Muestra que la capacidad de asombro siempre puede dar más. Si causaron sorpresa los triunfos y respectivos exabruptos de Trump, Bolsonaro, y Boris Johnson, ahora palidecen ante las reacciones y declaraciones de Milei.
Lo grave es que esos ejemplos no son de desviaciones o accidentes históricos, sino tendencias cada vez más intensas y frecuentes, manifestación de procesos que están en marcha en todo el mundo. Y ello apenas comienza. En nuestro país tenemos los triunfos como el de AMLO, Cuauhtémoc Blanco en Morelos y el de la pareja que hasta hace unos días gobernaba en Nuevo León. Son prueba de que nadie está exento de este proceso.
Si bien este hartazgo generalizado puede atribuirse a que el modelo neoliberal y la globalización que generaron riqueza para sectores prósperos, pero también crearon grandes expectativas que se quedaron cortas entre los grupos mayoritarios, generadores de pobreza, inconformidad, rabia y sensación de desigualdad e injusticia; también son responsables de ello las redes sociales y las nuevas dinámicas en la conversación pública contribuyen en gran medida a esta trivialización de la política. Los trending topics, sin mediaciones ni responsabilidades, suelen enfatizar los contenidos críticos, los comentarios negativos, la descalificación ingeniosa, la burla descarnada, el infoentretenimiento.
Pocos se interesan en una conversación reflexiva con argumentos de fondo, todos en el dardo hiriente, ocurrente, provocador y altisonante. La viralidad de un mensaje no reside en su certeza o utilidad, sino en la capacidad para generar reacciones emocionales. Triunfa todo aquello que da cuerpo a los miedos, inseguridades y agravios y le pone nombre a los villanos a quienes podamos responsabilizar de nuestros males; normalmente quien se encuentre gobernando. La capacidad de destrucción es muy grande. La construcción pasa a segundo plano. Así, el voto de muchos ciudadanos tiene menos que ver con una
identificación puntual con muchas de las propuestas y más con la necesidad de un cambio de 180 grados, cualquiera que este sea.
Ante este panorama, los gobernantes están obligados a ofrecer resultados suficientes para evitar un desplome de las expectativas o una desesperación tal que haga atractivo el discurso de la anarquía.