Entre estos y de modo general podríamos ubicarlos en dos grupos, los materiales y los inmateriales (tangibles e intangibles). Una figura primaria de esta mezcla la encontramos en el hombre (humano), aquí la parte material vendría siendo la carga genética otorgada por nuestros padres y el “alma o espíritu” conformaría nuestra parte inmaterial. En cuanto al ingrediente material la similitud en el ámbito empresarial la identificamos en los recursos con los que se cuenta para un emprendimiento, y la visión entendida como la primera idea sería de modo equiparado el alma y/o espíritu de la empresa.
Si tratamos de mapear la estructura de algunas organizaciones apoyados en esta analogía observaremos un comportamiento casi antagónico entre los activos tangibles e intangibles, los primeros yacen envueltos en un ambiente de objetividad cuantitativa y ofrecen poco espacio para un análisis fuera del contexto de su valor monetizado, en cambio los activos intangibles y su intrínseca relación con la subjetividad participan en las operaciones de las empresas como el verbo o la acción de las historias que intentamos contar al consumidor.
El nombre propio, de manera externa participa en la mayoría de nosotros como la primera intención de marca, y al paso del tiempo alimentado por los actos y la acumulación de ciertas características intangibles logramos con una aparente inconsciencia los atributos para fortalecer la identidad (marca persona) por así decirlo. Y al menos de manera empírica cimentamos en torno a la individualidad las conexiones emocionales con quienes interactuamos, y de un modo permanente mediante la acción relativa al propósito construimos una narrativa singular. Tal vez a esto se refiere el maestro Álvaro Rattinger en su libro “Marketing asimétrico” en donde él menciona citando a Richard Watson: “Propone que en el futuro un escenario posible será tener consumidores que lentamente se alejen de los estímulos comerciales, y los habitantes del planeta buscarán relaciones a mayor plazo con sus elecciones de consumo”.
Uno de los principales retos de la “dirección” en las organizaciones ha sido a través del tiempo determinar el grado de influencia de los activos tanto en su capacidad digamos natural para producir ingresos, y cada vez más en identificar la relación de estos en procurar la satisfacción de sus consumidores no solo con la relación fáctica de uso, sino con lo relacionado a la parte sensible.
El pretender engarces a largo plazo con el cliente se asemeja más a la intención narrativa, es decir, ¿Cómo estamos contando la historia? En este sentido la marca y el simbolismo que esta representa podría ser la voz omnisciente de la narración.
Los cuentos bien contados siempre serán recordados por quienes los leímos, empoderar a nuestro personaje protagónico (la marca) ayudaría a crear ese lazo emocional deseable con el cliente. Un hecho pertinente para cualquier momento del caso.