Yo no sé usted, pero últimamente he sabido de muchos casos confirmados de Covid e influenza, sobre todo esta última. En el salón de mi hijo de 16 años, quien es alumno cuarto año de la Preparatoria No. 6 de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la mitad del grupo se ha enfermado de Covid-19 y la otra de influenza.
Y que nos llega el bicho a casa, importado directamente de la “Máxima Casa de Estudios”. De pronto mi hijo enfermó y empezó con los síntomas usuales de un resfriado, como flujo nasal, tos, dolor de garganta, etcétera. Al día siguiente ya tenía dolor en las articulaciones, malestar general, escalofríos y fiebre, que fue el momento en que lo llevamos a su médico.
El querido médico pediatra Armando Garduño, quien lo ha tratado toda la vida, nos indicó que teníamos que hacerle estudios de laboratorio, porque en este momento hay “una infinidad” de casos de Covid-19, pero más de influenza. Así que nos recomendó aplicarle ambas pruebas.
Saliendo de la consulta nos dirigimos a un conocido laboratorio, pero ya no era hora de hacer este tipo de pruebas, así que nos fuimos a una Farmacia San Pablo, pero sin éxito, porque “no tenían médico” ese día; luego fuimos a otra sucursal, pero habían “salido a comer” y, en la tercera, había una fila enorme y desistimos del intento.
Al día siguiente, domingo, llevamos a nuestro hijo a Salud Digna, donde casi no había gente, pagamos de inmediato ambos estudios (que se ofertan en paquete), le hicieron la prueba y solo teníamos que esperar. Horas después, llegaron los resultados a mi teléfono: positivo a influenza tipo A. El doctor ya nos había dado la receta en caso de que resultara con esta enfermedad, así que pedimos el conocido medicamento Oseltamivir y empezó su tratamiento.
¿Pero por qué cuento toda esta historia que solo debería interesar a mi familia y amigos cercanos? Porque después se enfermó el hijo mayor, luego siguió la suegra (quien estaba de invitada en casa) y, más adelante, yo también caí presa de las garras de tan tremendo bicho; por último, mi esposa me siguió a mí. Es decir, en casa se formó la temida “cadena de contagios”.
Así es, una vez más, cuando ya creíamos la pandemia superada y nos habíamos confiado, todos volvimos a recaer, bueno no todos, mi hijo más pequeño, de nueve años, hasta la fecha se ha salvado, pero no cantemos victoria todavía.
Pero no todo acabó ahí. En la semana me llamó la señora que nos ayuda con la limpieza de la casa para decirme que no iría a trabajar porque había enfermado. Además de gripe, tenía mucha tos, escalofríos, cuerpo cortado, dolor en articulaciones, fiebre y malestar general, es decir, lo mismo que todos nosotros, por lo cual es muy seguro que se contagió el día que acudió a nuestra casa. Le conté que todos habíamos enfermado y me comentó que ella, por su parte, había contagiado a otra colega suya en una casa donde trabaja los días lunes. Pero lo que no sabía es que no fue el único contagio, sino que el martes, al ir a trabajar a otra casa, también contagió a una sobrina de mi esposa… Sí, lo reconozco, “en casa del herrero, azadón de palo”.
Toda esta historia me confirma que no hemos aprendido nada de la pandemia. Vamos a estudiar, trabajar o convivir con otros, incluso, si estamos con síntomas o francamente enfermos. Solo por dar un caso: el hijo mayor, aun cuando estudia medicina en la Universidad del Valle de México (UVM), y en teoría, conoce cómo funcionan los virus, se fue a la escuela toda la semana pasada, a pesar de nuestras recomendaciones, “porque tenía que hacer una exposición y cosas pendientes”.
Y, cómo él, ¿cuántas personas no se suben al transporte público, en cualquiera de sus modalidades, estando enfermas? Y es que, además de que ya nadie usa cubrebocas, ya se fijó la idea “en los jefes”, tanto en el sector público como privado, de que estos temas no son graves, “lo peor ya pasó”, además de que nadie necesita días de reposo. El pediatra de mis hijos, quien es funcionario en el Instituto Nacional de Pediatría (INP), recomienda al menos cinco días de descanso cuando uno está enfermo de Covid-19 o influenza, pero no todos comparten la misma visión y hasta van a la oficina francamente virulentos, no se les vaya a extrañar por allá (¿verdad Ulises Leyva?).
No hay que olvidar que las vacunas nos protegen de enfermar gravemente, pero no nos garantizan no enfermarnos. Empero, podemos enfermar incluso si estamos vacunados. Las vacunas no son un escudo que nos protege de la enfermedad, simplemente son un coadyuvante que nos auxilia para no enfermarnos y ponernos graves.
Por otro lado, el gobierno debería abrir la vacuna de influenza para toda la población, porque por ahora solo está indicada para mayores de 60 años, personas con comorbilidades y niños menores de cinco años. La verdad es que esto, además de injusto, es absurdo, pues temporada tras temporada, muchas vacunas contra influenza caducan, en vez de utilizarlas para quien lo requiera con solo pedirla.
Por último, va un llamado para auto cuidarnos y prevenir enfermedades, lavarnos las manos con frecuencia, vacunarnos y vacunar a nuestra familia cuando sea posible, tanto de Covid-19 como de influenza; utilizar cubrebocas en ambientes cerrados, no ir a trabajar o a la escuela estando enfermos (aunque se enojen los profes y/o los jefes) y pensar más en la comunidad y no solo en nosotros. Empecemos por uno, eso marcará un cambio.
El botiquín
- La candidata del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) a la Presidencia de la República, Claudia Sheinbaum, presentó este lunes en el MIDE “República Sana”, que supuestamente es el plan para mejorar el sistema de salud… La gran incongruencia, de inicio, es que si en septiembre, según promesa del titular del Ejecutivo, Andrés Manuel López Obrador, tendremos un sistema de salud mejor que el de Dinamarca, ¿qué habría que mejorar para el siguiente sexenio en el caso de que la doctora llegue a la silla presidencial? Que alguien me explique.