Tal vez estemos ya muy cansados de escuchar y leer sobre las crisis. Desde las crísis financieras hasta las de los virus que viajan por todo el mundo. Y probablemente frente a ellas a veces nos podemos sentir indefensos porque no podemos incidir directamente en su solución.
O sea, ver a la distancia la ola que viene, santigüarnos y esperar a ver qué tan duro nos va a venir el golpe.
Una de estas crisis que ya tenemos presente es la alimentaria.
De acuerdo a expertos en el Foro Económico Mundial de Davos, el mundo experimentará un gran aumento en el precio de los alimentos en los próximos 10 a 12 meses si no se resuelven pronto problemas como la escasa oferta de fertilizantes, la caída de la producción por sequías en varios países productores y el bloqueo de la salida por mar de granos desde el puerto de Odesa en Ucrania.
En ese caso en especial, mencionó David Beasley, el jefe del Programa Mundial de Alimentos (PMA), que “estaremos ante un problema complejo porque los depósitos pueden estar llenos, pero si no hay barcos que los transporten podremos ver situaciones de hambre alrededor del mundo”.
También mencionó que un gran y rápido aumento de personas con hambre en el mundo puede generar más desestabilización y migraciones masivas.
Los últimos acontecimientos que hemos vivido, en especial los efectos del cambio climático, la pandemia de COVID (y los problemas que ha provocado en las cadenas de suministros globales) y la invasión de Rusia en Ucrania (Rusia y Ucrania proveen conjuntamente 28 por ciento de las exportaciones mundiales de trigo; 29 por ciento de las de cebada; 15 por ciento de las de maíz, y 75 por ciento de las de aceite de girasol) están provocando que esta crísis se encuentre en la mira de especialistas en calidad de alta urgencia, sobre todo por la inestabilidad social que se puede presentar por la escasez de alimentos.
No es un problema sencillo. Si la desactivación económica, la pérdida de empleos y de ingresos ya habían causado graves consecuencias en la población con menos recursos, ahora con la crisis alimentaria se agudizan aún más.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) señaló que en 2020 aproximadamente 155 millones de personas en el mundo padecían hambre aguda y en 2021 la cifra subió a 193 millones. Actualmente, una de cada 10 personas la sufren.
¿Y a los mexicanos cómo nos afecta? En el último año, de acuerdo con los datos del INEGI, (Y que no nos vayan a salir con la tontería de “yo tengo otros datos”) en México los precios de los alimentos aumentaron un 12.6%, o sea, 5 puntos arriba de la inflación general, aunque en algunos casos el aumento fue mayor, como en el precio de las tortillas que aumentó 16%, el pan un 15.5%, el pollo 13.5% y los aceites 37%. Combinen estos aumentos con la pérdida de capacidad de ingreso para adquirir alimentos y de los índices de pobreza, tanto moderada como extrema que tenemos en el país. De acuerdo al Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), 55.7 millones de mexicanos es la población que se encuentra en situación de pobreza.
Y entonces, ¿podemos hacer algo al respecto o no? Tanto los que estamos en el ámbito de la mercadotecnia como la gente “de a pie” no debemos esperar a que nos llegue el golpe nada más y podemos poner nuestro granito de arena.
Primero, saber que hay que prestar mucha atención a los fenómenos del macroentorno para ser sensibles en nuestras decisiones en mercadotecnia, porque esto no es un problema nuevo, sino que se ha recrudecido por los acontecimientos antes mencionados y por los malos hábitos de consumo de los seres humanos.
Luego, entender que dentro de la misma esencia de la mercadotecnia (que es identificar necesidades para buscar satisfacerlas) está nuestra obligación de promover EL CONSUMO RESPONSABLE, que implica hacer un consumo consciente y crítico, que provoque, al momento de adquirir un producto o servicio, sea a través de un criterio social y medioambiental para contribuir a un entorno favorable para todos, garantizando un consumo con el menor impacto posible del medio ambiente, y así contribuir a mejorar la calidad de vida de todos.
Prácticamente, consumir menos y que lo que consumamos sea lo más sostenible y solidario posible.
Si estamos ya por sufrir la crisis alimentaria, reflexionemos: ¿cuánto hemos desperdiciado provocando una sobreproducción de alimentos? ¿Cuánto hemos provocado para que la gente consuma más allá de lo que necesita?
Debemos tomar en cuenta en nuestras decisiones de comunicación de mercadotecnia que hay que trabajar mucho en promover el consumo consciente, ecológico, crítico, ético y colaborativo para provocar el consumo responsable.
Así es, hay problemas sociales y económicos en el mundo que provocan lo que vendrá, pero mucho tiene que ver también en la manera de cómo consumimos y que causan problemas medioambientales (una de las causas de la crisis alimentaria) como la deforestación, la invasión de los plásticos, la pérdida de biodiversidad, etc.
El camino que le demos al consumidor desde nuestras marcas, desde nuestras empresas, para orientarlos con pequeñas pero muy importantes decisiones es vital. Las decisiones que toma el consumidor sobre lo que deben comer, dónde comprar sus productos o cuanto gastar en ellos es responsabilidad de todos los que estamos en la industria.
Ya hay empresas que se interesan por ello, y un gran ejemplo es “Too Good to. Go”, que es una aplicación que hace de intermediario entre restaurantes o tiendas que ponen a la venta productos o alimentos que no han vendido al servicio de los consumidores para no malgastar la comida. Actualmente la aplicación está disponible en la mayoría de países europeos e invitan a sus usuarios para que descarguen la app y lograr “la forma más directa para ayudar a reducir el desperdicio de comida salvando el excedente de comida de sus establecimientos más cercanos”.
Invitan también a los establecimientos de comida para que se unan a la app fomentando que su negocio sea sostenible, ayudándolo a recuperar costos y a disminuir su huella de carbono.
En otro caso interesante se encuentra “Perfekto”, que es es un servicio de suscripción semanal o quincenal de alimentos a domicilio, con el que se encargan de rescatar los productos que están en riesgo de ser desperdiciados por diferentes razones, como:
No pasan los estrictos estándares estéticos de calidad de los supermercados tradicionales (Ejemplo: color, tamaño, forma)
Son excedentes de producción
Por el tiempo de vida que les queda (muy maduros, muy verdes o pocos meses para su fecha de caducidad o consumo preferente)
De esta manera, se ayuda a reducir el desperdicio de alimentos ya que los productores incrementen sus ganancias al convertir lo que pudo ser pérdida en ventas y apoya al consumidor con un ahorro de hasta un 30% en sus compras.
¿Verdad que si podemos hacer algo?
¡Venga mercadólogos y publicistas! ¡A ponerse creativos con pequeñas acciones que pueden significar mucho en tiempos de crisis!