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Fernanda Ramirez

La inteligencia en la era de las redes sociales

Las redes sociales son una revolución dentro de otra revolución, el internet. Sin embargo, esa enorme capacidad de creación, distribución y almacenamiento de información propios de la era digital tienen un inconveniente –que ya se ha presentado en otras épocas y contextos- la sobre información, o saturación de datos.

Las redes sociales son una revolución dentro de otra revolución, el internet. Sin embargo, esa enorme capacidad de creación, distribución y almacenamiento de información propios de la era digital tienen un inconveniente –que ya se ha presentado en otras épocas y contextos- la sobre información, o saturación de datos.

Esto tiene como principal consecuencia una inmovilización de los individuos, es decir, tiene tantas opciones frente a sí que no es capaz de decidir cuál prefiere y mucho menos está en condiciones de explicar porqué razón preferiría una cosa sobre otra. Simplemente, queda paralizado. Dicha condición también se presenta en términos de mercado y ventas.

Así, de súbito, generaciones completas tienen ante sí a través de una pantalla luminosa una cantidad inimaginable de artículos de opinión, libros de todos los géneros y categorías, periódicos, revistas, blogs… En suma, la cantidad de datos disponibles es enorme, y sigue creciendo.

¿Qué efecto tiene esto en nuestro desarrollo intelectual, en nuestra capacidad de tomar decisiones, de elegir posturas y, sobre todo, de defenderlas? Eso mismo se preguntaron investigadores europeos, quienes –en un artículo publicado por la Royal Society- concluyeron que permanecer conectados a nuestros perfiles de Twitter y Facebook a cada momento nos hace parecer más inteligentes, pero en realidad merma nuestras capacidades intelectuales.

La razón detrás de este resultado es que aunque estemos inscritos a portales de noticias o de divulgación científica, lo cierto es que ingresamos a la red con una prioridad: enterarnos de los nuevos detalles de las vidas de nuestros amigos, conocidos o compañeros de trabajo, así como de chismes del mundo del espectáculo.

Ahora bien, es prudente intentar cuando menos bosquejar una definición de inteligencia, ya que lo dicho anteriormente apunta más bien a desinformación, lo cual no significa necesariamente una carencia de talento o capacidad intelectual, sino simplemente una toma de decisión respecto de qué tipo de información almacenamos en nuestra memoria y basados en los cuales, posteriormente, entablaremos conversaciones.

Tradicionalmente se piensa en la inteligencia como la capacidad para entender y, en un nivel profesional, crear teoría, acciones en las que la capacidad de abstracción es un elemento fundamental y diferenciador entre personas, mismo que ha llevado a algunos a los anales de la historia y a otros a ser espectadores.

Sin embargo, en las últimas décadas esta visión se ha modificado, permitiendo entender que existen diferentes tipos de inteligencia y que cada cual es igualmente válida porque le ofrecen al individuo las herramientas que necesita para desarrollar las actividades que, justamente, su tipo de inteligencia, personalidad y entorno le han hecho elegir.

Esto aún no nos conecta del todo con el resultado arrojado por los investigadores europeos, ya que sigue resultado un poco forzado –y más bien publicitario- aquello de las redes nos disminuyen la inteligencia.

Para ello, necesitamos viajar hasta el origen mismo de la palabra, fondo conceptual de este valor tan apreciado en todas las sociedades humanas: la inteligencia. El vocablo proviene del latín intelligentia, derivado de inteligere, palabra compuesta por otros dos términos: intus (“entre”) y legere (“escoger”).

Entonces, a partir de sus orígenes etimológicos, la inteligencia es exactamente a lo que se referían en el estudio publicado por la Royal Society, dado que el concepto hace referencia a quien sabe elegir: la inteligencia posibilita la selección de las alternativas más convenientes para la resolución de un problema.

Basándonos en lo anterior, un individuo es inteligente cuando es capaz de escoger la mejor opción entre las posibilidades que se presentan ante sí para resolver un problema, una duda o una situación cotidiana.

Así, si tomamos esta definición como fundamento, efectivamente resulta que las redes sociales están contribuyendo al entumecimiento de nuestros cerebros, logrando que nuestra capacidad de respuesta, de diálogo y de creación esté un poco adormilada.

Las redes son para muchos usuarios la fuente primaria –y única- de información. Hacemos lecturas de los artículos publicados por nuestros contactos y ello nos genera una sensación de conocimiento pero no ofrece al cerebro el ejercicio que requiere para mantenerse en forma, debido a que no continuamos con un proceso de asimilación de la información, reflexión de la mismo y su discusión final.

Aunado a esto, el uso de las redes disminuye nuestra concentración, contemplación y reflexión, indican los investigadores tras entrevistar a 100 universitarios divididos en cinco grupos que utilizaban redes sociales diferentes y asignadas al azar.

La mitad de los voluntarios estaban conectados con todos los demás, mientras que el 50% restante no tenían ningún tipo de conexión con el resto. Los científicos sometieron a los participantes a una serie de preguntas basadas en el razonamiento analítico para comprobar su nivel intuitivo.

Los resultados demuestran los conocidos efectos de la sobre información: los primeros eran más propensos a reproducir las respuestas correctas de sus contactos que a razonar las suyas propias.

Así que la próxima vez que leas algo –en la red o fuera de ella- recuerda que lo importante no son los datos que logres acumular, o que te alinees con el pensamiento de algún líder de opinión, sino que lo verdaderamente significativo es desarrollar un criterio y una visión individual de la vida, porque de otro forma te convertirás en alguien fácilmente sustituible. 

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