Te confieso que yo era de esos diligentes y acuciosos escritores que transitaban el sinuoso camino de la tradicional publicada de libros. Siempre me agradó escribir y, sobre todo y, al inicio, escribir para emprendedores. Recientemente me inserté en el mundo de la ficción -no que perdiera la realidad y me deschavetara- sino que comencé a publicar novela y relato, sin dejar el mundo seudoliterario del crecimiento personal y empresarial.
Este proceso era y… aún es, requerido para completar satisfactoriamente todos los ancestrales ritos necesarios para la publicación de obras literarias, entiéndase: desde concebir una idea, hablarla (describirla) al editor en un café -y después de diez tazas- obtener una reluctante aprobación inquisitiva, hasta su lectura -you wish- por un ser desconocido.
El proceso era y es, largo: escribir por meses, corregir lo escrito, re-escribir para editar (de paso adelgazar la obra resultante de esa pasión por los adjetivos y los adverbios que tenemos los escritores), volver a corregir y… volver a escribir para luego, finalmente… presentar el legajo al editor que, sin misericordia o asomo de piedad, enviaba el manuscrito (así se decía antes pero, suena bien decirlo ahora pues es romántico) a corrección (por un desconocido encubierto bajo el plan federal de protección de testigos a fin de no ser asesinado por el escritor original) nuevamente buscando problemas de estilo, sintaxis y dicción.
Todo este proceso era digerible e inclusive tolerable hasta que, por desgracia, el escrito regresaba nuevamente, tan cambiado, tan diferente al original, que pareciera redactado por una tercera persona ajena a tus ideas y objetivo original puesto que, el número de correcciones y cambios de estilo, le maquillaban al grado que ya no era ni el remedo de lo que había sido. Más había que aceptar pues había que publicar para finalmente decir “habemus opera”
Luego venía el viacrucis -con todo y las estaciones- de la colocación de libros -de lomo- frente de sus potenciales y veleidosos lectores en las “cada día” menos visitadas librerías de nuestro país. Y si había suerte, tal vez se podría lograr, un “road show” que incluyera lecturas de algunos capítulos frente a somnolientos escuchas que con ojos inquisitivos se desparramaban en sillas tiesas mientras tú saboreabas con esperanza la posibilidad de firmar uno que otro.
Hoy, g.a.D, las cosas han completamente cambiado, al menos para aquellos de nosotros que creemos en el poder de la magia digital como un medio de publicar y, a la vez, llegar a los demás (muchos de los demás) de una manera menos intermediada e inquisitiva. La publicación digital es una delicia y una posibilidad más de la era de la socialización de la literatura. El socio-centrismo* que nos brinda la belleza de la nube digital, permite a los creativos de todos los mundos del arte y el pensamiento, poder escribir y editar ¡virtualmente “al mismo tiempo”! no sólo blogs, sino obras completas.
Lo que es mas impresionante de este asunto es la dinámica de que te permite escribir, editar y corregir después de editar y publicar y, si hay necesidad, reeditar una vez mas. Con la publicación digital, se logra recuperar el control de la obra por parte del autor evitando las intromisiones de terceros que garantizan a los lectores obras originales a costos bajísimos sin intermediarios molestos y granujas entrometidos.
Te invito a leer mi más reciente libro: “Relatos de Fantasmas Aferrados a La Vida” en iPad a través de “iBooks” de “Apple”, se que te va a encantar.
Y si eres escritor, te invito igualmente a escribir por medio de utilizar un muy sencillo app gratuito llamado “iBooks Author” y publicar en iBooks. Así tú y yo ponderemos decir… adiós imprentas, adiós procesos, adiós galeras de tipos de imprenta, adiós librerías, bienvenidos lectores en autobuses, aviones, trenes, parques, salas de espera y en cualquier lugar donde uno pueda leer.
Adiós Gutenberg, Bienvenido Steve Jobs.
Alejandro Castañeda