Cuando hablamos de la imagen de un individuo, nos referimos a un todo. El reto es lograr una mezcla balanceada y coherente entre la comunicación verbal y la comunicación no verbal.
Hago hincapié en coherente porque hay personas que se visten de maravilla, pero que al hablar no dicen nada de valor; hay quienes hablan excelente, pero sus gestos y posturas chocan con sus mensajes; hay quienes hablan claro y fluido, con buenos gestos y posturas, pero no ponen atención en su cuidado personal.
Si bien, los códigos de vestimenta van cambiando según la época, hay reglas que son inamovibles, como la limpieza, el olor, la claridad y fluidez al hablar; manejar un lenguaje corporal agradable y ligado al mensaje; portar ropa adecuada para la ocasión, entre otros.
El autor Yuval Noah Harari, en su libro Sapiens, traza una breve historia de la humanidad y, en uno de sus capítulos, compara con imágenes la masculinidad de Luis XIV de Francia, del Siglo XVIII, con la masculinidad del XXI en la que aparece Barak Obama. Las diferencias son abismales: Luis XIV vestía con medias, zapatos de tacón, vestido corto, una capa larga y peluca con cabello largo. Barak Obama
aparece en el escritorio de la casa blanca con traje, camisa, corbata, calcetines oscuros, zapatos bajos, cerrados y cabello corto.
Hace apenas 2 décadas, en muchas empresas, el código de vestimenta era traje para los hombres y traje sastre para las mujeres, sin excepción. Actualmente, es muy común ver a altos ejecutivos y ejecutivas, hacer negocios en pantalones de mezclilla, playeras y tenis. Muchas marcas, entre ellas las startups, llevan playeras con el logotipo de la marca impresa.
La comodidad ha vencido muchos estereotipos. Es fundamental tener en cuenta que representar a una empresa implica no solo saber vender el producto o servicio, si no mostrar una imagen capaz de convencer y persuadir.