A inicios de marzo pasado, el Consejo Coordinador Empresarial (CCE) lanzó la campaña “No está chido”, la cual busca evitar el consumo de alcohol y tabaco en los menores de edad, un sector de la población cada vez más aficionado a consumir estas y otras drogas a niveles alarmantes.
El CCE —integrado por socios como Concamin, Concanaco, Coparmex, AMIS, Canaco y Canacintra— se autodefine como órgano representativo de interlocución de los empresarios mexicanos, que trabaja para impulsar el libre mercado, la democracia plena, la responsabilidad social y la equidad de oportunidades para la población.
La flamante campaña (que el CCE publicita como “movimiento social”) podría considerarse una iniciativa bienintencionada, de no ser porque existen razones de peso para dudar de su efectividad y, sobre todo, de su honestidad.
A pesar de que nadie duda de que hacen falta medidas urgentes y eficaces para que la población mexicana no inicie su carrera adictiva a edades tan tempranas, “No está chido” parece ser más una simulación con tintes hipócritas que una verdadera y poderosa campaña nacional con miras a dar resultados tangibles.
Procedo a explicar por qué es legítimo dudar de ella: el CCE, autor de la iniciativa, es una agrupación en la que colaboran, en distintos niveles, actores como British American Tobacco, Diageo, Grupo Modelo y José Cuervo, entre muchos otros productores y comerciantes de drogas legales.
La campaña, que seguramente tendrá un impacto imperceptible o nulo en las estadísticas de adicciones entre la población de niños y adolescentes, no presenta acciones basadas en alguna evolución en la manera en que el sector empresarial difunde su oferta, sino que traslada toda la responsabilidad de la prevención y abstinencia a un consumidor que desde siempre ha sido blanco de un poderoso bombardeo mercadológico generado por las empresas de alcohol y tabaco.
Las insignificantes acciones de “No está chido” ni en sueños alcanzarían el impacto que logra la industria con su multimillonario aparato publicitario. En otras palabras, los corresponsables de que los niños mexicanos comiencen a beber alcohol a los 12 años en promedio, destinan millones de pesos a promocionar sus bebidas, pero un esfuerzo ridículamente modesto en buscar que este sector y sus familiares eviten el alcoholismo precoz.
Las cifras de la Encuesta Nacional de Consumo de Drogas, Alcohol y Tabaco (ENCODAT), presentadas por el propio CCE en el sitio web de su campaña, indican que cerca del 20 por ciento de los niños de quinto y sexto año de primaria dijeron que habían probado alguna bebida alcohólica. También hay datos que refieren que los menores de edad consumen alcohol a edades cada vez más tempranas que hace 10 años.
El seguro fracaso al que se encamina “No está chido” y la nula efectividad en prevención que han presentado otras campañas similares es razón suficiente para reafirmar que, hasta ahora, no ha habido un compromiso real de las iniciativas pública ni privada para evitar que las cifras de alcoholismo, tabaquismo y drogadicción entre la juventud disminuyan, a juzgar por el creciente aumento en el consumo de estas sustancias, con su evidente impacto negativo en el tejido social.
De existir una verdadera voluntad para generar cambios sustanciales, gobierno y empresas tendrían todos los recursos alertar de las consecuencias de las adicciones, como ofrecer información valiosa dirigida a su público objetivo, como brillantemente lo han logrado en las campañas para seducir a sus consumidores. Sin embargo, sus evidentes esfuerzos para intentar limpiar su imagen hasta ahora han quedado en mera simulación.
Recordemos que las acciones de responsabilidad social no deben limitarse a una campaña publicitaria, sino a estrategias integrales que vayan más allá de simples mensajes, para llegar a un punto donde impacten con acciones concretas en los hábitos de los consumidores, de manera que el segmento de adultos responsables nos ayude a construir una realidad en la que los menores de edad no consideren el alcohol y el tabaco como opciones de entretenimiento.