Siempre he sostenido que Andrés Manuel López Obrador pasará a la historia como el maestro de la comunicación política moderna. El concepto de las “mañaneras” acuñado durante el Gobierno de la Ciudad de México no tiene precedentes. Por ejemplo, Claudia Sheinbaum ha tratado de replicar el éxito de AMLO en YouTube con resultados paupérrimos, el video no informativo más visto tiene 2.6 millones de vistas en 6 meses, en contraste cada video de la mañanera acumula 443 mil vistas el primer día. No hay duda, la metodología de comunicación de AMLO es, al momento, de las más efectivas del país. Una muestra del alcance es su posición entre pares de comunicación. El presidente de México ha entrado en el ranking de los streamers de habla hispana más vistos a nivel mundial, ocupando el sexto lugar según Stream Charts. Es el único político en la lista gracias a las 208 horas de transmisión en su canal de YouTube, que generaron 13.20 millones de visitas durante el primer trimestre del año, siendo sus conferencias matutinas el contenido más visto.
Pero el alcance e influencia construido en la mañanera fácilmente puede ser una desventaja. Dos casos recientes vienen a la mente. La más reciente enfermedad causada por el COVID-19 terminó por crear un hueco informativo. No por lo que se dijo de la enfermedad, más bien por la falta de su presencia en medios. Este tema ilustra el peso que tiene y hace cuestionar cómo el próximo gobierno podrá mantener la mañanera viva después del cambio presidencial. Probablemente sea necesario terminar el concepto. Otro ejemplo son las recientes declaraciones del presidente con respecto a una potencial crisis económica. Según AMLO, “De acuerdo a nuestras proyecciones, esa crisis económica-financiera podría darse a partir del 2025”. Por supuesto que las alarmas de pánico se encendieron casi de inmediato.
En los últimos meses, la mañanera se ha convertido en la principal gasolina para criticar la estrategia actual. Sus propias palabras han sido utilizadas como municiones. Lo mismo sucedió con Trump, al inicio Twitter era su gran aliado, desde la tribuna de los 140 caracteres podía deshacer a cualquier contrincante, al final de su gobierno terminó por ser expulsado de la red social.
Las redes sociales se han convertido en las creadoras de presidentes, en el caso de AMLO es YouTube, en el de Trump, Twitter. Para Obama fue Facebook. En los primeros dos ejemplos fueron esas las que destronaron la popularidad. Tal vez es momento de analizar si una vez en el poder es mejor utilizarlas con mayor mesura. Para AMLO, por lo menos al cierre de su sexenio, mesurar los mensajes podría ayudar a que controle mejor el tono discursivo de la agenda nacional. Una muestra de la importancia de los mensajes es el video sobre la salud del presidente, en menos de dos días acumuló más de 1 millón de vistas. Con más de 3.69 millones de suscriptores en su canal de YouTube, cada mensaje cuenta.
YouTube es la plataforma que más preocupa, el archivo en video de tantas promesas y menciones podría convertirse en artillería en caso de un debate para cualquier presidente. Por ejemplo, la cuenta oficial de la Casa Blanca cuenta con 2 millones de suscriptores y solamente mil ochocientos videos, la cuenta del Gobierno de la República suma 3 mil cuatrocientos videos. Una diferencia en el uso de la plataforma es el número de videos cortos o “shorts”, la Casa Blanca suma varias docenas, mientras que México sólo tiene uno. Claramente, la estrategia es depurar los mensajes y entregar sólo lo necesario al público objetivo. Además, esta metodología resulta más atractiva para los jóvenes que no gustan de ver un video de varias horas.
Es momento de repensar la estrategia de comunicación política, no por sus fracasos, sino todo lo contrario, por sus fortalezas.