La melodía la estableció “Bohemian Rhapsody”. Hace poco menos de un año, en octubre de 2018, se estrenó la biopic sobre el finado Freddie Mercury. La producción había estado envuelta de cierta controversia luego del remplazo de Brian Singer como director, tras acusaciones dentro del movimiento #metoo, sin mencionar cambios de actores y rumores sobre qué tan fiel sería a los aspectos más polémicos de la vida del cantante; vaya, la película se anunció desde el 2010. Al final y a pesar de una respuesta apenas aceptable por parte de la crítica (en el meta sitio Rotten Tomatoes refleja un 61%), la película se convirtió en un fenómeno recaudando, de acuerdo a Box Office Mojo, más 900 millones de dólares en la taquilla internacional, con un presupuesto de 52, permaneciendo 25 semanas en taquilla y recogiendo cuatro de los cinco premios Oscar a los que estuvo nominada. Por si fuera poco, su soundtrack se colocó en el top ten del año, poniendo de moda de nuevo a Queen. A raíz de ello, resulta fácil comprender por qué Hollywood ha encontrado en la biopic al vehículo perfecto para mercadear a cantantes e incluso hasta darle un impulso a la industria musical.
Por un lado, la película per se es su propia unidad de negocio. Es decir, como producto independiente, “Bohemian Rhapsody” resultó por demás rentable. Su atractivo se debió a una mezcla de ingredientes que incluyeron: un personaje llamativo, un actor con gran parecido físico gracias a la caracterización y una comprometida interpretación, la “revelación” de los orígenes de varias canciones que forman parte de la historia de la música y suficiente emotividad. La verdad es que una gran mayoría de las biopics sobre cantantes siempre incluyen lo siguiente: el descubrimiento del talento durante una infancia atormentada, los primeros pasos en la industria, la llegada de un manager que lo impulsa, pero se aprovecha, la caída en excesos y la redención o no… Entonces, uno de los retos de estas películas está, por un lado, en brindar información nueva sobre la figura en cuestión y, por otro, en presentar su historia de forma distinta, en un buen ejercicio de storytelling buscando lo universal en lo particular. “Bohemian Rhapsody” hace un poco de lo primero y se ayuda en gran medida de una buena resolución de secuencias musicales, sobre todo la última, donde se recrea el memorable concierto de Live Aid en Wembley. De esa forma el filme termina en una nota alta que deja por demás emocionada a la audiencia.
Lo anterior da cuenta de una clave de estas biopics musicales: la experiencia. “Rocketman”, por ejemplo, recrea momentos clave de la vida de Elton John a través de una fantasía musical, lo que le permite hacer un buen despliegue de sus canciones combinando elementos fuera de esta realidad con otros que precisamente se adentran en aspectos crudos de su vida. Es un recurso estratégico pues de esa forma no puede criticársele el rehuir a su carácter de homosexual o a sus adicciones, ambos temas a los que “Bohemian Rhapsody” da la vuelta. Y, por otra parte, el toque de lo “fantástico o fantasioso”, permite siempre decir que lo que se dice es verdad en parte, pero no por completo. Es un terreno intermedio que consigue hacer del personaje un “héroe”, en la definición clásica del protagonista, y, como resultado, traerle buena voluntad o ganarle la simpatía del público, simplemente véase el resultado de la serie de Luis Miguel, que, si bien no es un producto cinematográfico, opera bajo principios similares.
Entonces, las biopics musicales reafirman la relevancia cultural de la figura o figuras que representan, brindándole información “nueva a sus fanáticos”, pero, sobre todo, presentándolas a un público más amplio. En pocas palabras son un ejercicio de relaciones públicas al tiempo que vehículos de comercialización del artista, su música, conciertos y demás productos asociados. La primera nota o la nota definitiva, si se prefiere, la dio “Bohemian Rhapsody”, pero la melodía continúa, pues además de las citadas, cintas sobre David Bowie, Boy George, Celine Dion, Madonna y muchos, muchos más vienen en camino. Los cantantes seguirán “cantando” en una estrategia de mercadotecnia que, al mejor estilo del flautista de Hamelin, atrapa y envuelve, como las sirenas, para un continuo comercial que asegure la vida eterna o al menos el culto a los “dioses” del acetato.